30 de diciembre de 2011

Relatos y propósitos

Cuando considero necesario lograr algo, no espero a que se inicie un nuevo año para proponérmelo. Sin embargo, admito que la organización calendárica de estas metas a alcanzar facilita su seguimiento. Así que esperaré a que inicie el 2012 para embarcarme en la misión de escribir doce relatos cortos. Uno por mes. Loable cometido que hago público aquí como medida de presión social que me encamine a lograrlo.

27 de diciembre de 2011

Años y música

Este es el primero en muchos años que la música no fue parte primordial de mis días. Como bien saben quienes por siete años han leído este blog, cada que los años terminan apunto aquí mis diez producciones musicales preferidas lanzadas en los últimos doce meses. Llega diciembre y comienza la lista con la angustiosa cantidad de hasta treinta discos. Quito unos, regreso otros. De último momento, casi en llanto, reduzco los elegidos a diez, pidiendo disculpas a al menos otros cinco que tuve que dejar fuera.

Se va a terminar el 2011 y apenas puedo hacer, de memoria, una lista de diez discos nuevos que haya escuchado durante el año. La culpa no es de nadie. Analizando lo sucedido, noto que este año leí y escribí más que cualquier otro año; ambas cosas que no puedo hacer como me gusta si tengo música sonando. También mi hija se ha convertido, finalmente, en una ávida conversadora y generadora de otros tipos de ruidos que no precisamente combinan con escuchar música. Por último, este año anduve en bicicleta más de lo que conduje, y pues escuchar música en audífonos mientras se pedalea no es la más segura de las prácticas.

¿Les molestaría si, por única ocasión, este año les convido solo cinco discos que sellaron mi vida? Siguiendo el orden que marca el alfabeto, son:

Angles”, de The Strokes: estos neoyorkas retomaron su posición como los principales abanderados de mi generación, una generación a la que queda poco por inventar y mucho por reciclar.

Diamantes”, de El Columpio Asesino: a veces un disco sirve tanto para fiestear como para escucharse a solas. No sé si es un pop muy duro o un punk muy afeminado.

El Disco”, de Yo! Linares: galimatías logradas con una desfachatez perfectamente lograda. Logra que me sienta desgarrado y que lo disfrute.

Futura Vía”, de Bam Bam: un documento sónico que experimenta sin pretender reinventar nada. Tarareable y denso. “Álbum conceptual”, dirán algunos.

Meaningmore”, de Mentira Mentira: todos tenemos que alimentar la parte que nos queda de animales salvajes con canciones furiosas y enérgicas que suenan a garage.

23 de diciembre de 2011

Festejos y razones

Será muy herramienta del consumismo. Será muy creación de la Coca Cola. Será muy tradición de una religión que no practico. Pero disfruto la Navidad. Me gusta comer con las personas que quiero. Me gusta abrir regalos y que abran lo que regalo. Feliz Navidad a todos ustedes y a sus pinches familias.

20 de diciembre de 2011

Bailes y cantos

No todos bailamos. Algunos elegimos permanecer en las mesas, cerca de la bebidas y conversando tan animadamente como otros bailan. No es que nos moleste que se baile o que, de algún modo, nos opongamos a ello: simplemente preferimos no participar. Por otra parte, el karaoke sí nos provoca profunda animadversión. ¿A quién se le ocurrió convertir en espectáculo musical a quienes menos dotes musicales tienen? ¿Qué de divertido tienen tres chicas dando alaridos contra un micrófono mientras de fondo suena una versión en MIDI de alguna canción de señoras de los ochenta?

Es por esto que a nosotros fiestas como las posadas de las oficinas son motivo de genuina ansiedad y de mortificante angustia. Los más extrovertidos rápidamente forman filas de baile y, agitando las servilletas de tela por encima de sus cabezas, rondan entre las mesas reclutando a más bailadores. Temerosos, los que no bailamos los vemos aproximarse y vivimos como pesadilla cuando nos jalan del brazo mientras intentamos justificarnos con sonrisas nerviosas que quisiéramos fuesen puñetazos. O peor aún, debemos aguantar por hasta cuatro horas las ganas de ir al baño porque siempre existe la posibilidad de que, al ingresar de nuevo al salón, todos comiencen a vitorear “¡Que can te que can te que can te”.

15 de diciembre de 2011

Deportes y motivaciones

Si bien no sobresalí especialmente en ninguna disciplina, participé con entusiasmo en varios deportes, para los cuales entrenaba con ahínco. Fui cinta azul avanzada en taekwondo, acomodador del equipo de voleibol y defensa líbero del de futbol de la secundaria y miembro del equipo de singles de un club de tenis.

A los catorce años asistía al entrenamiento del equipo B de tenis. Durante un ejercicio en que practicábamos la devolución de revés subiendo a la red, efectué la maniobra deplorablemente. Fue cuando el entrenador —un tipo al que apodaban El Chiripas— cesó para siempre mi vida deportiva cuando se dijo a sí mismo lo suficientemente fuerte como para que todos escucháramos: “este muchacho es más malo que la carne de marrano”.

13 de diciembre de 2011

Máquinas y mecánicos

De entre todo lo arrumbado en aquel viejo taller de bicicletas, mi hija de seis años reparó en un objeto que estaba oculto —al menos para alguien de su estatura— detrás del mostrador. Me preguntó qué era aquello y le dije escuetamente el nombre de la cosa: una máquina de escribir. Quiso saber para qué era, cómo se usaba, para qué la tenían ahí, si había de más tipos y un sinfín de cuestiones más que planteó en un monólogo interrogativo que detuve para explicar al mecánico lo que mis bicicletas necesitaban.

Llamó mi atención una bicicleta colgada del techo. Pregunté a mi hija si me esperaría un minuto en el taller en lo que probaba el biciclo. No tardaría mucho: solo quería corroborar que los mecanismos se movieran. Accedió a mi petición sin necesidad de efectuar mayores negociaciones.

Al regresar la encontré sentada detrás del mostrador. El mecánico le tecleaba a una hoja sobre la que, al colocarla en la máquina, había dejado marcados los dedos grasosos. La expresión de su rostro revelaba que se encontraba un tanto confundido y con cierto sentimiento de ridiculez, primero por el modo en que una niña tan pequeña lo había prácticamente obligado a usar la máquina de escribir y segundo porque no pudo negarse a obedecer.

Más tarde fui a la oficina de mi padre y busqué una máquina de escribir que tenía arrumbada. La traje a casa.

9 de diciembre de 2011

Bicicletas y patrullas


Mi bicicleta no presentó ningún daño. La carrocería de la patrulla tampoco. Mi ropa y piel no estaban raspadas. Ni siquiera me ensucié las manos. La única explicación que encuentro es que, al frenar, la bicicleta derrapó de lado y golpeé la camioneta directamente con la cabeza, justo en la oreja. La caída no debió haber sido muy aparatosa. Más tarde en el hospital me suturaron la oreja con tres puntadas. La inyección de la anestesia dolió del carajo. En la prensa local apareció una nota donde ridículamente narraban que un ciclista (yo) se había asustado al ver una patrulla parada a un lado de la avenida, perdiendo el control y chocando contra ella. Supongo que los policías eso dijeron a los reporteros mientras yo estaba en la ambulancia para evitar problemas a su compañera. La nota se acompaña de una fotografía donde pareciera que encontré el asunto por demás divertido.

“A la siguiente, usted con más cuidado y yo con casco, ¿le parece?”, le dije a la oficial de policía cuando nos despedimos. La cicatriz que me va a quedar, la certeza de que fui inmensamente afortunado y mi familia me aseguran que cumpliré mi parte.

8 de diciembre de 2011

Bicicletas y patrullas


Estaba tendido sobre el pavimento, rodeado de oficiales de policía. Parecía que observaba todo desde dentro de una pecera: mi alrededor era lento y deforme y los sonidos opacos y lejanos. Quería contestar lo que me preguntaban y averiguar qué había pasado, pero no podía. Mi cabeza y espalda se sentían desproporcionadamente grandes y calientes del lado izquierdo, pero los palpé y lo único inusual era un profundo adormecimiento general y la sangre en mi oreja izquierda.

Tras revisarme la cabeza y las extremedidades, los policías me ayudaron a sentarme en la banqueta. Pregunté si mi cara estaba raspada y me dijeron que no. Fue cuando noté que mi ropa estaba intacta. Me era difícil mover el cuerpo y hablar, como si siguiera dentro de la pecera. La oficial que conducía la patrulla no dejaba de pedir disculpas y de preguntar si estaba bien. Dijo que al momento del golpe no se dirigía a atender ninguna emergencia, simplemente circulaba y no me notó. Me ayudó a subir a la ambulancia de la Cruz Roja.

7 de diciembre de 2011

Bicicletas y patrullas


En ciudades como Chihuahua, donde no existen ciclovías, la relación del ciclista con los automóviles es casi siempre de dos tipos. En la primera, los veloces autos azuzan al ciclista, quien se ve empujado a circular por el carril de la derecha lo más cerca posible a la banqueta. En la segunda, es el ciclista quien pasa raudo y altanero entre los autos que, embotellados, apenas avanzan. Por eso me gusta pedalear por el tramo de la Av. Independencia que atraviesa el centro histórico: es de las pocas vialidades donde bicicleta y autos circulan a la par. A lo largo de un kilómetro y medio, entre la Av. 20 de noviembre y la Av. Teófilo Borunda, la Av. Independencia ofrece cuatro carriles que permiten una velocidad inusitada para los centros históricos.


Esa tarde me incorporé a la Independencia justo donde inicia la última pendiente antes de llegar al río, su punto más bajo. Una acertada combinación de colores de semáforo y tránsito generaron un fenómeno por demás extraño: la avenida era toda mía. Me incliné hacia adelante y permití que mi bicicleta se acelerara. Una calle abajo, a mi izquierda, una camioneta de la policía hizo alto para cruzar la avenida. Sostuve la respiración y apreté las palancas de freno cuando vi que avanzó. Pensé que lograría esquivarla y que, tras recuperar el control de la bicicleta, continuaría mi camino maldiciendo a la oficial que conducía. Pensé que hacía unos segundos había visto a tres policías corriendo, seguramente para atender alguna emergencia, y que esta patrulla quizá iría a donde mismo y por la urgencia ni siquiera se percataría de que me iba a embestir. Pensé en mi hija de seis años y en lo estúpido que había sido por haberme negado a usar casco en mis traslados en bicicleta por considerarlo exagerado y de poco estilo. Me impacté contra el costado de la camioneta.

3 de diciembre de 2011

Atuendos y ambientes

Por inverosímil que pueda sonar, he recibido críticas y reclamos por utilizar tildes, mayúsculas, signos de apertura de interrogación y exclamación y hasta por usar “por” en vez de “x” cuando escribo mensajes en chats o cuando envío mensajes de texto por el teléfono celular. Es como si mis interlocutores encontraran de algún modo pedante el que yo escriba correctamente en esos ambientes informales, como si escribir correctamente equivaliera a andar vestido de traje y corbata.

No creo que conducirse ortográficamente bien sea pedante; pero sí que no tener buena ortografía —ya sea en chats o incluso en el Facebook— equivale a aparecerse desaseado, con la ropa empapada en orines, las uñas negras y el hocico hediendo a las comidas de tres días.