8 de diciembre de 2011

Bicicletas y patrullas


Estaba tendido sobre el pavimento, rodeado de oficiales de policía. Parecía que observaba todo desde dentro de una pecera: mi alrededor era lento y deforme y los sonidos opacos y lejanos. Quería contestar lo que me preguntaban y averiguar qué había pasado, pero no podía. Mi cabeza y espalda se sentían desproporcionadamente grandes y calientes del lado izquierdo, pero los palpé y lo único inusual era un profundo adormecimiento general y la sangre en mi oreja izquierda.

Tras revisarme la cabeza y las extremedidades, los policías me ayudaron a sentarme en la banqueta. Pregunté si mi cara estaba raspada y me dijeron que no. Fue cuando noté que mi ropa estaba intacta. Me era difícil mover el cuerpo y hablar, como si siguiera dentro de la pecera. La oficial que conducía la patrulla no dejaba de pedir disculpas y de preguntar si estaba bien. Dijo que al momento del golpe no se dirigía a atender ninguna emergencia, simplemente circulaba y no me notó. Me ayudó a subir a la ambulancia de la Cruz Roja.

1 comentario:

Juan Martín HC dijo...

Sentí familiar esa sensación de la pecera. Lastima por lo de tu oreja, pero pudo haber sido tu rostro.