9 de diciembre de 2011

Bicicletas y patrullas


Mi bicicleta no presentó ningún daño. La carrocería de la patrulla tampoco. Mi ropa y piel no estaban raspadas. Ni siquiera me ensucié las manos. La única explicación que encuentro es que, al frenar, la bicicleta derrapó de lado y golpeé la camioneta directamente con la cabeza, justo en la oreja. La caída no debió haber sido muy aparatosa. Más tarde en el hospital me suturaron la oreja con tres puntadas. La inyección de la anestesia dolió del carajo. En la prensa local apareció una nota donde ridículamente narraban que un ciclista (yo) se había asustado al ver una patrulla parada a un lado de la avenida, perdiendo el control y chocando contra ella. Supongo que los policías eso dijeron a los reporteros mientras yo estaba en la ambulancia para evitar problemas a su compañera. La nota se acompaña de una fotografía donde pareciera que encontré el asunto por demás divertido.

“A la siguiente, usted con más cuidado y yo con casco, ¿le parece?”, le dije a la oficial de policía cuando nos despedimos. La cicatriz que me va a quedar, la certeza de que fui inmensamente afortunado y mi familia me aseguran que cumpliré mi parte.

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