20 de diciembre de 2011

Bailes y cantos

No todos bailamos. Algunos elegimos permanecer en las mesas, cerca de la bebidas y conversando tan animadamente como otros bailan. No es que nos moleste que se baile o que, de algún modo, nos opongamos a ello: simplemente preferimos no participar. Por otra parte, el karaoke sí nos provoca profunda animadversión. ¿A quién se le ocurrió convertir en espectáculo musical a quienes menos dotes musicales tienen? ¿Qué de divertido tienen tres chicas dando alaridos contra un micrófono mientras de fondo suena una versión en MIDI de alguna canción de señoras de los ochenta?

Es por esto que a nosotros fiestas como las posadas de las oficinas son motivo de genuina ansiedad y de mortificante angustia. Los más extrovertidos rápidamente forman filas de baile y, agitando las servilletas de tela por encima de sus cabezas, rondan entre las mesas reclutando a más bailadores. Temerosos, los que no bailamos los vemos aproximarse y vivimos como pesadilla cuando nos jalan del brazo mientras intentamos justificarnos con sonrisas nerviosas que quisiéramos fuesen puñetazos. O peor aún, debemos aguantar por hasta cuatro horas las ganas de ir al baño porque siempre existe la posibilidad de que, al ingresar de nuevo al salón, todos comiencen a vitorear “¡Que can te que can te que can te”.

7 comentarios:

Valencia Nájera dijo...

Qué feas tus posadas. A mí sí me divierte el karaoke.

Anónimo dijo...

Eres tímido, supongo.

Anónimo dijo...

El karaoke es una tortura para mi. No estas solo.

Anónimo dijo...

El karaoke es un invento del diablo. Y las posadas también.

Anónimo dijo...

A mí me molesta mucho bailar, aunque debo confesar que lo he hecho por complacer a mujeres hermosas, como muchos hombres seguramente lo han hecho.

Anónimo dijo...

Amén! jajaja! Una descripcion acertadisima de una tipica posada. Un saludo.

Anónimo dijo...

"...mientras intentamos justificarnos con sonrisas nerviosas que quisiéramos fuesen puñetazos." jajaj