31 de enero de 2012

Cervezas y supermercados

La sección de licores del supermercado se había convertido en una especie de parque de diversiones temático acerca del futbol americano. Diferentes marcas de cerveza habían armado exhibidores, colocado carteles y montado equipos de sonido anunciando sus promociones. El derroche de creatividad, recursos y —por supuesto— mal gusto era absoluto. Cada marca de cerveza tenía, además de instalaciones, guerreras apostadas en el campo de batalla: chicas con ceñidos uniformes de porristas o de algún equipo de la liga estadounidense de futbol americano. Con poses y lenguajes más bien vulgares, estas guerreras abordaban a los hombres que se acercaban, invitándolos a llevar su marca.

Alejada, al final de un pasillo, la muchachita de Coors Light sobresalía por su timidez. Era —o al menos parecía ser— mucho más joven que las demás, se notaba que no tenía experiencia en levantar paquetes de seis latas de cerveza y era obvio que no estaba acostumbrada a usar ese tipo de ropa, ya que sus inocentes bragas se podían apreciar perfectamente a través del ajustado pantalón blanco. Su estrato socioeconómico, cabe señalarlo, también parecía ser de más altura que el de las demás.

Más que a comprarle cerveza, la muchachita de Coors Light incitaba a que la rescataran. Esperé a ver si algún caballero aparecía, la cubría con una manta y la sacaba de ahí diciéndole que con él nunca más volvería a verse forzada a pasar una situación así. Pero los únicos caballeros que se le acercaban lo hacían por su espalda para tomarle fotografías con sus teléfonos celulares.

21 de enero de 2012

Rancheros y negros

Donde vivo, prácticamente no hay personas de descendencia africana. Por eso aquel día en el banco un hombre negro llamaba mucho la atención, metido en el laberinto de la fila con sus más de ciento ochenta centímetros de altura, cabeza rasurada y vistiendo una chamara de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Muchos lo miraban de soslayo y a él no parecía importarle. Seguramente estaba acostumbrado.

Los vericuetos de la fila se torcieron de modo que un ranchero quedó junto al negro. “Dispense, señor” le dijo, “¿no trabaja con el Ingeniero Ramos?”. “Sí, así es” le respondió el negro. “¡Claro! ¿Se acuerda de mí? Tomamos juntos un seminario el año pasado” continuó el ranchero, justo antes de justificarse con un argumento que a muchos además de mí debió haber hecho reír: “Lo reconocí por la chamarra".

17 de enero de 2012

Hombres y alegorías

Llegó el capataz y dictó órdenes a los que cavaban zanjas, fue luego con los que trabajaban el cemento y después llegó con los de los ladrillos. Sus gritos eran subrayados por el vaho que le brotaba de la boca. Les dijo que la meta del día era levantar tres muros del cuarto de la esquina oeste.
—Y recuerden —continuó el capataz, sintiendo de pronto una inspiración mística— que no apilamos ladrillos, sino que construimos catedrales.
—Pensé que esto iba a ser una bodega —le dijo el hombre a su compañero. Ninguno había entendido la alegoría.

Fragmento del relato Una vida, que espero publicar algún día.

12 de enero de 2012

Camionetas y personas

Cada mañana en el centro histórico de mi ciudad rebaso —en mi bicicleta— a una considerable cantidad de camionetas tipo Suburban, Escalade, Expedition o pickups; blancas todas. En cada una de ellas viaja un tipo con semblante severo y de traje. A veces dos, cuando llevan chofer. Son funcionarios públicos estatales, municipales o federales que se dirigen a sus despachos.

Los soberbios motores de esos vehiculotes están diseñados para trasladar el peso de hasta catorce personas o varias toneladas de carga. Hasta donde sé, sus tableros no tienen un control con el cual indicarle a la camioneta cuántas personas vienen a bordo o cuánto peso de carga lleva en la caja, así que el esfuerzo que realiza la máquina es igual lleve uno, dos o catorce pasajeros. Obviamente, el consumo de combustible es también el mismo. Considera ahora que estos son vehículos oficiales, cuya gasolina pagamos todos los ciudadanos.

Entiendo el asunto del estatus y la imagen. Nadie tomaría en serio a un secretario de economía que llegara en Tsuru a una reunión y la prensa no distinguiría el Chevy del alcalde del resto de los Chevys; pero, ¿no podrían moverse en un elegante y distinguido BMW diseñado para trasladar a cuatro personas? O, ¿qué tal un deslumbrante Mercedes? Piénsenlo. Pongan el ejemplo.


7 de enero de 2012

Zapatos y segundos

Me gustan esos segundos que duran mucho. Sí, esos en que en nuestra mente suceden tantas cosas. Esos en que meditamos, analizamos y nos entretenemos con alguna cuestión que describimos en varios minutos pero que, en medidas de tiempo universalmente aceptadas, duraron apenas lo que dura un parpadeo.

De pronto mi pie izquierdo choca con el derecho. Advierto que hice un cálculo erróneo y, al terminar de acomodar mi posición, acerqué de más uno de los pies. “¿Qué pasó aquí?”, pienso, desconcertado. Me doy cuenta que medí mal el tamaño de mis zapatos y por eso golpeé uno con el otro. Quiero voltear abajo y averiguar qué estoy calzando, pero ¿por qué arruinar la diversión? No son muchas las variables: debo tener no más de diez pares de zapatos, ¿cuáles visto hoy? No son los tenis de bota, porque traigo un saco y estoy en el trabajo. De estar en algún bar o en una fiesta en esta temporada del año, seguramente traería alguno de mis pares de tenis de bota con el saco; pero no: estoy en el trabajo. Entonces, pienso, debe ser uno de esos zapatos que uso para la oficina. Si erré el cálculo y golpeé uno con otro, el calzado debe ser más bien grande. Claro, ya lo sé: traigo los botines negros de gamuza y agujetas. Seguro de haber acertado, me permito ahora sí mirar hacia abajo: sí son esos.

El reto-acertijo duró tan poco que sería imposible cronometrarlo, pero ¡ah, cómo lo disfruté!

3 de enero de 2012

Sobres y rejas

Desde hace poco más de un año llegan a mi casa cartas dirigidas a una Paola. El domicilio, escrito a mano en el sobre, corresponde sin error al mío, con código postal y la cosa; pero en siete años que llevo habitando esta casa jamás ha vivido aquí Paola alguna. Pregunté a algunos de los vecinos que han estado en el barrio desde su construcción hace treinta años si llegó a vivir aquí esta Paola y me dicen que no.

La dirección del remitente, escrita también a mano, es la de un Centro de Rehabilitación Social de un estado costeño de la República. En dos ocasiones he tomado las cartas y las he enviado de regreso en sobres más grandes explicándole al preso que su Paola no vive aquí. Pero las cartas siguen llegando.

He llegado a considerar abrir alguna de las misivas y redactar una respuesta haciéndome pasar por Paola. Imagino al miserable hombre maldiciendo a Paola por no contestar. Lo imagino viendo a sus vecinos de celda recibir correspondencia y para él nada de la cabrona de Paola. Ojalá leas este blog, Preso: Paola no sabe que le escribes, seguramente está en algún lado esperando tus cartas y dispuesta a contestarlas. O quizá simplemente te dio una dirección falsa.