30 de julio de 2011

Tundras y Choferes

Conocí a Mike en un trabajo que consistía en viajar mucho. Él conducía. Era un estadounidense que llevaba el cabello en corte militar y barba de candado, blancas ambas cosas. Sosteniendo un grueso puro entre los dientes, me contaba sobre sus días como policía en Alaska y cómo allá la gente bebe demasiado y conduce entre montañas y cómo desarrolló técnicas para maniobrar a personas todavía más grandes que él, porque se las llegaba a encontrar.

Desde donde estábamos sentados podíamos ver una alberca. Mike decía cuánto le gustaba el agua, pero que los tatuajes de su espalda lo limitaban a usar las piscinas en horarios que no fuesen familiares. Contó sobre cómo conoció a su única hija cuando ella era ya una menudita mujer de 24 años. Se encontraron y la muy resentida hija lo retó a los tequilas. Ella cayó primero, pero también él lo hizo. Permanecen entrañables desde entonces.

Espero estés bien, Mike. Y ya sabes: cuando quieras puedes darme el aguacate que tanto odias y que siempre le ponen a tus cocteles de camarón.

27 de julio de 2011

Calles y Símbolos

El flujo de la vialidad se trunca. Insensibles a la desgracia de quien obstruye, los autos pasan junto al averiado y le reprochan —al menos mentalmente— la falta de conciencia social que representa irse a descomponer justo ahí. El averiado es un auto fabricado en los años ochenta. Si tuviéramos que describirlo a alguien más, diríamos que es rojo, pero en realidad no tiene mucho color. Adentro del auto, viendo pasar el tránsito y ya abnegados a los claxonazos, están una pareja humilde y sus tres hijos. O sobrinos. O vecinos. Quién sabe.

Me gusta ver esos averiados y esos destartalados y esos carcacheados por las grandes avenidas y pensar en cómo, forzosamente, algún día fueron un auto nuevo. Hace treinta o cuarenta años alguien emergió de una agencia de venta de autos con las manos puestas en el volante del Datsun que olía a pura nueveidad. Otro llegó a casa en marzo de 1984 y fue inmediatamente rodeado por los vecinos que venían a conocer el moderno y automáticamente clásico Grand Marquis modelo 84. Todos esos autos, en algún momento, fueron símbolo de ostentación y orgullo; los que sobreviven, son hoy símbolos de penuria y humillación.

22 de julio de 2011

Libros y Amigos

“Quien presta un libro es un tonto, pero más tonto es el que lo regresa”, refranean los tontos que no saben rodearse de gente con la cual compartirse libros y a quienes el que regresen es lo que menos importa. A mí me dan libros. Digo “dan” porque no me los prestan ni me los regalan. Me los dan. No se median teloregalos ni luegomelodases, solo quieroqueleasestos.

Mi biblioteca no es extensa. En este momento no hay más de sesenta libros en ella. La sección dedicada a la clasificación Por Leer se compone de ocho ejemplares, todos dados. Se mantiene pequeña la colección porque los libros solo se hospedan aquí. De pronto llega el amigo y platicamos y comentamos sobre Saramago y le pregunto que si ya leyó “La balsa de piedra” y me contesta que no y le suelto un quieroqueleasesto y se lo doy. O llega aquel otro y pregunta qué he leído y le digo que uno buenísimo de Alberto Chimal y me estiro al librero y saco “Los esclavos” y se lo alcanzo al amigo. ¿De qué sirve un libro cerrado y entre otros libros?

No los extraño, a esos libros dados, pero sí los recuerdo. ¿Dónde estará aquel “Retorno 201” de Arriaga? ¿Cuántos más habrán leído mi compilación de cuentos de Hemingway? Estoy considerando sesudamente hacerme un ex libris.

19 de julio de 2011

Personas e Instituciones

Son muchas las cosas para las que nos desnudamos y una de las tantas situaciones en que lo hacemos frente a otros es la ocasión médica. Nos quitamos tapujos —muy literalmente— frente a esos hombres y mujeres que, respaldados por una institución de salud, así nos lo solicitan. Sus físicos e indumentarias nos recuerdan que no estamos encuerados frente a tal o cual persona, sino frente al profesional de la salud para quien los cuerpos son meramente campo de trabajo.

Aquella vez fui ingresado al cubículo tres del hospital, portando yo mismo las medicinas y las jeringas para meterlas en mi cuerpo. Me recibió una médico, quizá no de mi edad exacta pero sí de mi generación y, para mayor humanizamiento, ataviada en pantalones de mezclilla y blusa ligeramente escotada. No me quité nada. Qué escándalo. Primero muerto —muy literalmente—.

16 de julio de 2011

Lluvia y Sol

La lluvia se avergüenza de caer frente al Sol. Por ello, antes de soltarse despliega su biombo de nubes, para que aquél no la vea. También aprovecha para dejarse caer cuando el Sol está ocupado alumbrando el otro lado de la Tierra.

A veces, Lluvia se siente traviesa y le envía una notita a Sol. El par conspira y planean su fechoría. Sol va a calentar la ciudad durante el día. Durante la noche, Lluvia va a refrescarla, para alivio de las personas que la habitan. Pero aquí viene el juego: Lluvia dejará sus gotas por todos lados, para que Sol salga, las encuentre y le haga un insoportable baño de vapor a los sofocados habitantes.

13 de julio de 2011

Secuencias y Direcciones

Seguía yo e iba para allá.

9 de julio de 2011

Infancias e Inocencias

Esos que hablan de la inocencia de los niños nunca fueron despojados de su dinero para el refrigerio. Esos que nostalgean la despreocupación de la infancia nunca padecieron un cinco en matemáticas. Esos que insisten en la pureza de los pequeños han olvidado los insultos que hacían llorar a la gorda del salón. Esos que creen que de chavales éramos plenos nunca fueron golpeados frente a la niña que les gustaba. ¿Por qué esa romantización de la niñez? La vida era maravillosa entonces, sí; pero tan puta como lo es en la adultez también.

7 de julio de 2011

Pantallas y Hojas

A veces las hojas de papel parecieran campos completos de blancura. A veces los monitores de las computadoras lucen gigantescos como pantallas de cine. Eso sucede cuando en vez de ser recipientes donde vertir todo lo que a uno le sale de la cabeza, se convierten en espacios por llenar a plumazos o tecladazos forzados. Y la página se queda a solas con el consejo aquel de “si no tienes nada qué escribir, escribe que no tienes nada qué escribir”.