Conocí a Mike en un trabajo que consistía en viajar mucho. Él conducía. Era un estadounidense que llevaba el cabello en corte militar y barba de candado, blancas ambas cosas. Sosteniendo un grueso puro entre los dientes, me contaba sobre sus días como policía en Alaska y cómo allá la gente bebe demasiado y conduce entre montañas y cómo desarrolló técnicas para maniobrar a personas todavía más grandes que él, porque se las llegaba a encontrar.
Desde donde estábamos sentados podíamos ver una alberca. Mike decía cuánto le gustaba el agua, pero que los tatuajes de su espalda lo limitaban a usar las piscinas en horarios que no fuesen familiares. Contó sobre cómo conoció a su única hija cuando ella era ya una menudita mujer de 24 años. Se encontraron y la muy resentida hija lo retó a los tequilas. Ella cayó primero, pero también él lo hizo. Permanecen entrañables desde entonces.
Espero estés bien, Mike. Y ya sabes: cuando quieras puedes darme el aguacate que tanto odias y que siempre le ponen a tus cocteles de camarón.
6 comentarios:
Esta entrada no va a tener muchos comentarios pero, ¡ah! Qué bonita.
Lo mejor de Guso siempre aquí, en su blog, los 140 caracteres qué.
Chingón.
Me encanta, no se cómo describirlo pero la primera vez que lo leí me gusto y ahora como segunda vez, me encanta. Deberías escribir un libro de cuentos cortos :D.
Gusto de lo que escribes.
Qué lindo relato, Gus.
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