Conocí a Mike en un trabajo que consistía en viajar mucho. Él conducía. Era un estadounidense que llevaba el cabello en corte militar y barba de candado, blancas ambas cosas. Sosteniendo un grueso puro entre los dientes, me contaba sobre sus días como policía en Alaska y cómo allá la gente bebe demasiado y conduce entre montañas y cómo desarrolló técnicas para maniobrar a personas todavía más grandes que él, porque se las llegaba a encontrar.Desde donde estábamos sentados podíamos ver una alberca. Mike decía cuánto le gustaba el agua, pero que los tatuajes de su espalda lo limitaban a usar las piscinas en horarios que no fuesen familiares. Contó sobre cómo conoció a su única hija cuando ella era ya una menudita mujer de 24 años. Se encontraron y la muy resentida hija lo retó a los tequilas. Ella cayó primero, pero también él lo hizo. Permanecen entrañables desde entonces.
Espero estés bien, Mike. Y ya sabes: cuando quieras puedes darme el aguacate que tanto odias y que siempre le ponen a tus cocteles de camarón.






