
El cuerpo echado totalmente sobre el del otro. Con el brazo derecho lo rodeaba por los hombros y con la mano izquierda le aprisionaba la cabeza contra su pecho, dándole sutiles bofetadas intercaladas con caricias. El pobre hombre aprisionado sacaba la cabeza cada que podía, como buscando aire, pero en realidad buscaba con la mirada a alguien que lo rescatara. El hombre que lo sujetaba lo superaba en tamaño y fuerza, además de que las etiquetas sociales no le permitirían irse nada más así. La mesa que compartían era la que más vasos de güisqui tenía encima.
Muy, muy, muy cerca del rostro de su víctima, Borracho algo le juraba: seguramente aprecio y lealtad. Por su parte, Atrapado solo agradecía con la cabeza y seguía emitiendo solicitudes de auxilio con los ojos. Pasó por ahí el novio, quien incautamente logró distraer a Borracho y dio a Atrapado la oportunidad para huir educada y sutilmente. Cuando Borracho se quedó sin Novio, notó que tampoco Atrapado estaba ya. Tiró la mirada y enmarcó la caída con los hombros. Instruyó a su cuerpo para que se levantase, pero el güisqui ya había sublevado a casi todas las funciones motoras y en lo que para él debieron parecer uno, dos, tres, cuatro y hasta cinco segundos, manoteó y zapateó hasta que fue a dar al suelo, justo donde antes había tirado la mirada.
Fue recolocado en su asiento luciendo uno de los lentes de sus anteojos estallado y el aro estampado en sangre alrededor de su ojo. Ya derrotado y todavía sin control sobre su cuerpo, dejó que se le abriera la boca y le saliera la viscosidad de güisquis y bocadillos, sin siquiera intentar torcer la cabeza o evitar el mantel de la mesa y menos todavía el traje con que se ataviaba.
¿Cuántas metáforas pueden derivarse de aquí? ¿Cuántas veces hemos sido el viejo que por borracho hace el ridículo frente a la familia y sus invitados? Metafórica y literalmente hablando, claro.