
Entiendo que la Real Academia Española desempeña un papel meramente descriptivo y no normativo. De cualquier modo, me queda claro que
los más recientes cambios admitidos a la ortografía de nuestra lengua representan una cesión al vulgo, una posición apática del tamaño de un “háganle como quieran, lo que todos usen se toma por bueno”.
No soy un purista necio, pero tampoco un dogmático del pragmatismo. Valoro el estilo, la alcurnia, el protocolo que separa al que sabe del que no sabe. Esos “solo” podrán entenderse sin su acento diacrítico tal y como la ensalada puede comerse con el tenedor más grande a nuestra izquierda. Sin embargo, el que sabe cuál tenedor es para la entrada y cuál para el plato fuerte siempre podrá mirar con donaire al que no. Ambos se alimentarán, pero uno lo hará con más distinción que el otro.