
Me gusta ver esos averiados y esos destartalados y esos carcacheados por las grandes avenidas y pensar en cómo, forzosamente, algún día fueron un auto nuevo. Hace treinta o cuarenta años alguien emergió de una agencia de venta de autos con las manos puestas en el volante del Datsun que olía a pura nueveidad. Otro llegó a casa en marzo de 1984 y fue inmediatamente rodeado por los vecinos que venían a conocer el moderno y automáticamente clásico Grand Marquis modelo 84. Todos esos autos, en algún momento, fueron símbolo de ostentación y orgullo; los que sobreviven, son hoy símbolos de penuria y humillación.