26 de octubre de 2014

Fantasías y mofas

Los anuncios de juguetes que salen en la televisión son uno de los modos más sutiles de crueldad. En la pantalla aparecen niños o niñas jugando de manera fantástica con los monos de acción o con las muñecas. Pero esta es una fantasía que parece realizable: los juguetes no se mueven solos y los escenarios son patios o recámaras como los que se pensaría cualquiera puede tener. Sin embargo, resulta imposible emular en la realidad las escenas que se muestran ahí.

Como si esto fuera poco, al final del comercial, luego de que el espectador se ha enganchado con la emocionante posibilidad, la voz del narrador anuncia que no se incluyen los personajes y que los accesorios se venden por separado. Pero lo dice en un tono de voz que, más que informativo, parece de burla. El muy hijo de puta.

23 de octubre de 2014

Osos y autos

Al tomar la rampa que conecta las dos vialidades, vi que en el pavimento había un animal atropellado. Ya un poco más cerca descubrí que era un oso de peluche. El agua de la lluvia de esa madrugada no había terminado de desaparecer y era imposible saber cuál era el color original del oso. Salí de la rampa y me detuve, pensando en si seguir con mi camino o rescatar al oso de peluche. Cada auto que pasaba, ya fuera por encima o cerca del oso, lo movía un poco, pero parecía regresar al mismo punto una y otra vez. Este oso era un oso terco. Ni lo recogí ni lo abandoné: lo observé. ¿Se le habría caído a algún niño? ¿Lo habría aventado por la ventana una novia encabronada? ¿Sería parte de un cargamento de juguetes?

Pocos minutos después retomé mi camino pensando en que alrededor de todos pasan muchas cosas pero que casi nadie se da cuenta.

20 de octubre de 2014

Bitácoras y decenas

Hace diez años la Internet era muy diferente. Los enormes espacios que hoy ocupan Facebook y Twitter eran unos llanos alejados de GeoCities, Kazaa y los foros de discusión. Fue entonces que comencé una bitácora en línea suscribiéndome a Blogspot y llamándola –idea que me pareció entonces muy ingeniosa– Guso Punto Com. De sus ridículos inicios como diario, la bitácora poco a poco se convirtió en un cuaderno público donde vaciaba mis reflexiones y observaciones y en el que durante años practiqué la escritura con estricta disciplina: me propuse publicar todos los martes, jueves y sábados. Pasó el tiempo y las publicaciones se redujeron a martes y sábados y luego a entradas esporádicas hasta que en 2013 hubo apenas una.

Mientras que muchos escritores atesoran sus libretas y cuentan historias sobre ellas, yo le guardo un cariño inmenso a Guso Punto Com. Casi desde su inicio adopté el formato de título para las entradas y fue aproximadamente a la mitad de su vida que me decidí a utilizar solamente imágenes lineales y en blanco y negro. Comencé a modificar la plantilla del diseño en enero de 2005. El primer panda llegó a la cabecera en enero de 2006 y en octubre de 2009, para el quinto aniversario de la bitácora, se estableció la imagen que más o menos ha permanecido hasta hoy. La barra que acompaña a los textos ha documentado los usos que damos a la Internet: en 2005 había una caja para chatear y se colocaba un “nick del momento” seleccionado entre mis contactos del MSN Messenger, mientras que ahora el cuadro de honor se dedica a un tuit. De la vergonzosa omisión que solía hacer de la u antes de la cu preferiría mejor no hablar.

Diez años tecleando en Guso Punto Com me han dejado mucho. Me leo y me encuentro y he encontrado también a otros que leen y que ahora forman parte importante de mi vida. Ojalá todos pudieran tener en su vida un blog como el mío.



19 de octubre de 2014

Deformaciones y jurados

Cuando Radiohead comenzaba a ser una banda famosa, los promotores cuidaban que en las fotografías no se notara el ojo paralizado de Thom Yorke. Así funcionaba la música entonces: para que algo llegara a nosotros debía antes ser filtrado y procesado por las disqueras, MTV y las tiendas de música.

Ahora puedes apreciar el cuerpo de Bradford Cox deformado por el Síndrome de Marfan en fotografías que él mismo comparte en la Internet, lejos de canales sujetos a revisión y aprobación. La composición de la música de Deerhunter conforma un cuerpo funcional y estéticamente correcto que luego en la interpretación es torcido y corrompido. Monomania y los otros álbumes de Deerhunter nos llegan también así, directamente y sin pasar por jurados sancionadores.

16 de octubre de 2014

Egos y superyós

A veces quieres gruñir, gritar, bufar. A veces quieres golpear cosas y correr agitando los brazos. A veces quieres borrar los preceptos que te mantienen dócil y te hacen hablar con propiedad para expresarte más profundamente en galimatías.

A veces no puedes hacer nada de esto y entonces pones El disco de Yo! Linares.

14 de octubre de 2014

Computadoras y sonidos

La salida de audio de mi Toshiba azul no funcionaba. Mi madre me había regalado el aparato cuando me gradué de Psicología para que lo utilizara como profesionista, pero yo lo había llevado a mis ensayos y a presentaciones en bares. La computadora había sido colocada en los escenarios cochinos al lado de mi amplificador para guitarra y la base de mi micrófono. Fue durante alguna de esas noches –o quizá por la suma de ellas– que un día la salida de audio se venció.

Cada noche manipulaba en la computadora los sonidos que había grabado: más volumen a la guitarra, más grave la batería, un poco de efecto en las voces, eliminar el sintetizador de los estribillos. Hacía a sordas lo que en la mañana hubiera anotado que debía hacer. Luego exportaba las canciones, las metía en el iPod y me iba a dormir. En la mañana estacionaba el auto y caminaba por el centro escuchando lo que había hecho la noche anterior. Y anotaba: menos volumen a la guitarra, todavía más grave la batería, un efecto diferente en las voces, regresar el sintetizador en el segundo estribillo.

No me reconozco en las canciones del Bi EP. Alguien jadea, susurra, gime, canta y me conmueve con su obsesividad. Las emociones se incrementan hasta casi ser incontenibles con el final de la última canción. Siempre he pensado que, antes que a mi talento para componer o interpretar, este resultado se debe a la meticulosidad que sólo se logra cuando la salida de audio de la computadora se estropea.

11 de octubre de 2014

Tambores y pesadillas

La primera vez que escuché Drum’s not dead de Liars lo detuve a los pocos minutos. Lo mismo sucedió la segunda y la tercera. Algo en él me incomodaba. Quizá era su nulo uso de armonía. O tal vez la crudeza primitiva con que todo retumbaba. La sensación de encierro, de pesadilla, de cosas graves y de ritos horribles lo hacían insoportable.

Pero algo –instintivo– no me dejó borrarlo de mi disco duro.

Luego de adquirir mi primer iPod e instalar iTunes en mi computadora Toshiba azul me convertí en un secreto entusiasta del modo de reproducción aleatorio de álbumes que ofrecía el programa. Lo activaba y permitía que el azar me eligiera la música, con la regla personal de no intervenir en lo que los algoritmos de iTunes seleccionaran. Fue así como Drum’s not dead sonó completo en varias ocasiones.

Finalmente se ejerció el embrujo sobre mí y lo que antes me parecía obsceno e inescuchable ahora me hipnotizaba y apasionaba. Años después sigo sin entender claramente qué es lo que me provoca, pero sea lo que sea, es muy profundo.

10 de octubre de 2014

Bitácoras y bestias


Creo que siempre he escrito. Al menos desde que sé escribir. Haciendo a un lado algunos diarios, casi
nadie escribe sin querer ser leído. Por eso cuando alguien me dijo “Oye, escribes bien, deberías abrir un blog” fui a la computadora y en algunas cuántas pantallas encontré Blogger, una plataforma que me permitía llevar una bitácora pública. Me sentí visto. O al menos visible. Cualquiera podía caer en Guso Punto Com y leerme.

A la par de darme un espacio en el cual publicar, la Internet seguía trayéndome más música que antes difícilmente hubiera podido encontrar y sin la que en definitiva mi escritura —y mi vida— no sería igual. Mogwai fue uno de esos hallazgos que cambió el rumbo de mis oídos y cuando en 2006 publicaron Mr. Beast, se convirtió en la banda sonora de mi blog y entendí que la Internet y yo íbamos a hacer muchas cosas juntos.

9 de octubre de 2014

Carpetas y técnicas

Terminé la universidad y preparé mis cosas para irme a Ciudad Juárez. Entre los primeros artículos que alisté estaba una nueva carpeta para discos compactos con la cual reemplazaría la negra con azul que había usado durante prácticamente toda la carrera. En ella podía llevar tres discos por lado de cada una de las diez hojas, así que siempre contaba con sesenta álbumes para escuchar en la computadora de la oficina o en mi reproductor portátil de discos compactos cuando caminaba. En el auto guardaba un estuche con veinte casetes; copias todos, en caso de que se doblaran por el calor. Aquella carpeta para discos era la principal razón por la cual llevaba siempre una mochila negra con naranja pegada a la espalda.

Llevar sesenta discos a todas partes era ciertamente un riesgo que había que correr. Vivía con la constante preocupación de olvidar la mochila en el auto y que se lo robaran. La mortificación era más fuerte cuando, caminando de la universidad al trabajo, atravesaba por unos callejones hacia la avenida Díaz Ordaz. Recordaba aquella vez que un tipo me había quitado mi reproductor de casetes con el Pablo Honey de Radiohead adentro, apuntándome con un cuchillo para pasteles. Pensaba también en cuando Marcos salió de un bar y un tipo pasó corriendo y le arrancó la carpeta que llevaba bajo el brazo.

En una tienda de Cd. Juárez pasaba las cajas de discos como hojas de un libro. Había desarrollado una técnica utilizando el dedo medio de la mano derecha y el dorso de la izquierda con la cual podía revisar cientos de álbumes en unos minutos. Encontré el Is this it de The Strokes. Estos neoyorquinos me habían aperplejado unos meses antes cuando el video de su sencillo “Last night” apareció en la televisión. Desde entonces, la canción había quedado irremediablemente instalada en mi cabeza.

Luego de unos días escuchando el Is this it abrí mi carpeta de discos y, con algo que podría llamar vergüenza, saqué muchos de los álbumes que ahí llevaba: Linkin Park, Lost Prophets, System of a Down y otros fueron devueltos a sus cajas. Deftones se quedaron. Volví a tocar el álbum de The Strokes y me sentí reconciliado con algo.

7 de octubre de 2014

Celofanes y folletos

Entonces ya había suficiente Internet como para saber en qué trabajaban las bandas que seguía. Pero aquella incipiente Internet no sólo era alámbrica, sino que además compartía sus alambres con la línea telefónica. Descargar álbumes era posible, pero tedioso, complicado y a veces hasta infructuoso. Había que ir a las tiendas por música.

Israel y Dorian atendían la sección de casetes y discos de Grandalia, la tienda departamental que emulaba a Liverpool en el centro comercial de Chihuahua. A pesar de sus trajes y corbatas, Israel y Dorian parecían estarla pasando bien siempre. Hola, Guso, qué tal. Qué tal, Dorian. ¿Cuál te gustó? Este, el del escarabajo. Te lo abro. Y con mucho cuidado retiraban el celofán con el que venía envuelta la caja del disco, de manera que si no me gustaba se los llevaba de regreso, lo volvían a envolver y regresaba a los estantes. Con este método pude probar el Mezzanine de Massive Attack y Black Market Music de Placebo luego de elegirlos sólo por sus portadas.

Aquel día llegué a Grandalia y la sección de música se sacudía con golpes graves de percusiones electrónicas y se arrullaba con atmósferas de ruido casi blanco. ¿Qué es eso? Es el nuevo de Radiohead, nos acaba de llegar, todavía ni lo ponemos en los anaqueles.

Lo que escuché llegando a casa no fue la última sorpresa que me tenía deparada el Kid A. Todavía algunos años después leí en un artículo que el primer tiraje del álbum había incluído un folleto secreto, escondido debajo de la charola de plástico en la que se incrustaba el disco. Fui por mi copia, desarmé la caja y lo encontré.

4 de octubre de 2014

Horror y belleza

Una chica con el rímel de los ojos escurrido sobre las mejillas. Un oso panda con el hocico empapado de rojo luego de haber comido carroña. La pintura de un hombre desfigurado por el terror y la desesperación. Una avalancha cubriendo un poblado con tierra y nieve.

A veces encontramos la belleza en lo horrible, el placer que aparece en medio del dolor. A veces la tristeza nos exprime y obtiene de nosotros cosas bellas. A veces las melodías que surgen de entre el ruido, sucias y deformes, resultan más sinceras que aquellas puras y diáfanas a las que nada les ha pasado.

Una experiencia que conmueve y abruma. La paz que sólo llega luego de la frustración. El 13 de Blur, mi álbum favorito para siempre.

3 de octubre de 2014

Géneros y festejos

¿De dónde tanto debate? ¿Por qué insistir en que tal género musical vale poco porque es popular o que alguno otro es mejor porque es más complicado de interpretarse? Los de la música electrónica señalan al rock de anticuado y anacrónico. Los del rock dicen que la música electrónica ni siquiera se interpreta, sino que se reproduce. Los del pop consideran al hip hop poco festivo e inútil para el karaoke. Los del hip hop piensan que el pop es intrascendente y de gente mimada.

Mientras tantos discutían estas necedades, la década de los noventa transcurrió y la música pasó de los casetes de 1990 a los archivos de SoulSeek en 2000. Los que sí entendían de música se reunieron, convocados por un DJ, y recrearon la década con todos sus estilos. Bajistas de metal y raperos estadounidenses, íconos del britpop y hasta una ciclista fueron parte de la mejor y más ecléctica fiesta de los noventa que sucedió mientras otros discutían la superioridad de los solos de guitarra sobre las tornamesas o viceversa.

Psyence Fiction de Unkle resultó una celebración inolvidable y, según se comprobó con los otros álbumes del proyecto, irrepetible.

2 de octubre de 2014

Cables y modulares

Mi padre llegó a casa con un Discman que obtuvo de alguno de sus clientes. Podíamos ir a una casa de electrónica y encargar un cable para conectar el reproductor al modular en el que escuchábamos música. Este modular era un verdadero mueble, colocado en la esquina de la sala y coronado por una tornamesa que no había sido utilizada en más de diez años, cuando nos servía como pista para los Playmobil. El modular, del tamaño de un pequeño refrigerador, sólo era utilizado por mi hermano y por mí para reproducir casetes.

Salimos a conseguir el cable y otra cosa que necesitábamos para utilizar el Discman: un disco compacto. Para lo segundo nos detuvimos en Macrovideocentro y fuimos directamente a la sección de rock. Mi hermano tenía un tiempo escuchando a Metallica y a Guns N’ Roses. A raíz de la muerte de Freddie Mercury, yo acababa de descubrir a Queen y escuchaba sin parar sus compilados de éxitos: dos colecciones de canciones pegajosas que a lo largo de veinte años la banda había colocado como pequeños himnos populares. Así que nada nos había preparado para la monstruosa teatralidad del álbum que elegimos esa tarde: el Queen II.

Sacamos el disco de atrás de la fotografía en claroscuro de Queen y lo metimos en el Discman, que ahora era un apéndice deforme del modular. Ocho golpes solitarios al bombo de la batería en unos minutos se convirtieron en una ola de sonido a la que no le cabía nada más. Los temas se entrelazaban unos sobre otros y realmente no tenían mucho sentido si se les escuchaba aislados: el monstruo necesitaba de todas sus partes.

Desde entonces no concibo los sencillos, sino que espero siempre la experiencia completa de un álbum.