En nuestros patéticos intentos por acercarnos a la idea de primer mundo publicitada por los Estados Unidos, nuestro Congreso ha aprobado una ley que prohíbe fumar en lugares públicos cerrados. Pero no se apuren, si los bares o restaurantes quieren seguir aceptando fumadores como clientes, solo deberán construir espacios ex profeso para ello, separados estructuralmente del resto del local. Así, los fumadores seguramente podremos ir a Sanborns y a los centros nocturnos esos donde hay que cubrir una cuota de ingreso de 100 pesos y comprar una botella de Absolut Whatever para poder tomar asiento, ya que posiblemente sean los únicos con la soltura económica necesaria para realizar tales adecuaciones. ¿Bares pequeños, cantinitas tradicionales? No lo creo.
¿Que será de aquellos, que cuando salimos por las noches, salimos básicamente a fumar? ¿Podré fumar en la banqueta afuera del Santos? Solo sería cosa abstenerme mientras The Mueres esté tocando y, en cuanto terminen y antes de que arranque Sr. Amable, rápidamente salga a sorberme dos cigarros en tres o cuatro bocanadas. Obviamente esta ley fue aprobada en la templada Ciudad de México, donde jamás deberán exponerse a fumar a 5 grados bajo cero en invierno o a 38 en verano.
Ya que andamos en esas, propongo que también prohíban proferir groserías en los bares, incluyendo los supuestamente inofensivos "pinchi" y "wey". También aprovechemos y de una vez que dejen de servir bebidas alcohólicas y nieguen el acceso a mujeres con escotes pronunciados. Sobre todo, deberían vetar para siempre la música rock —esa que los jóvenes usan para adorar a Satanás— y la mentada electrónica —esa que los jóvenes usan para drogarse con sustancias químicas—, digo, ya que andamos en el tema.
Disfrutaba yo un día de uno de mis Delicados en mi bar favorito, cuando un amigo me hizo notar que a su novia le molestaba el humo de mi cigarro. Le recomendé llevarla a Moyland y no a un centro nocturno. Caray.