
En 2018 voy a ponerle mi crucecita, una muy pequeña, que alcance a distinguirse pero que represente mi ánimo, al proyecto de un tipo mañoso que jugándole al listo y siendo juez acomodó la competencia para de pronto ser él el ganador de la candidatura de su partido. Y no sólo de su partido, sino también de otro partido que por doce años había sido su enemigo, pero con el que ahora compartía la mesa en aras de llegar. De llegar a algo, a lo que sea, no a lo que se quería llegar inicialmente. Voto por esta propuesta porque es la única que puede hacerle frente a un proyecto que ni siquiera es proyecto, sino la necedad de un hombre que no ha convencido a nadie, pero que le ha dicho a miles lo que querían que se les dijera y que ahora creen que creen en él. Un hombre al que no le ha importado hacer alianzas con obtusos inquisidores como el PES o con figuras siniestras como líderes de sindicatos o de guerrillas.
Las instituciones de nuestro país han sido, en efecto, operadas por personas que no siempre han sido las mejores. En muchos casos, de plano han estado en manos de gente muy hija de la chingada que provoca terror por lo que es capaz de hacer a cambio de un poco más de dinero o de poder. Pero las instituciones las hemos construido todos a lo largo de casi doscientos años. No deberíamos permitir que alguien que se cree por encima de ellas tenga poder sobre ellas. No borremos la república por darle revancha a un tipejo pensando que es nuestra revancha.
Mi voto triste está listo. Y mi respeto al proceso también. El 2 de julio voy a estar en un país gobernado por gente que no me gusta, pero en un país en el que me encanta estar.