15 de julio de 2024

Ciclos y cierres


Dejé mi programa de radio. Duré siete años y medio haciéndolo.

En el verano de 1999 caminaba cerca de mi casa y me encontré a dos amigos que me preguntaron ¿Ya escuchaste el nuevo de Blur? y les dije No, no me ha llegado y me dijeron Vente, vamos a mi casa y lo ponemos. Y nos sentamos en la sala de la casa de sus papás a escuchar el disco compacto e intercambiar comentarios entre canciones o durante los breves pasajes ambientales que enlazan algunas de las canciones del 13.

Cuando comencé con mi programa de radio me imaginé emular esa experiencia: escuchar música juntos y compartir nuestros pensamientos alrededor de ella. El ejercicio duró, como dije, siete años y medio. Si bien fui yo quien decidió terminarlo, ahora siento algunos huecos que no vi venir. Pienso mucho en cómo evitar convertirme en uno de esos adultos nostálgicos e intento involucrarme en las propuestas musicales actuales; hacer radio me mantenía actualizado en ese tema. El programa también me ayudaba a ser un oyente activo de música, es decir, a no tenerla sonando de fondo, sino realmente darle oídos y conciencia.

Como con todas las rutinas que uno deja, poco a poco iré apagando esa constante pesquisa por canciones para poner en la radio. También poco a poco iré dejando de practicar diálogos con los cuales compartir mis piensos. 

Me gustó mucho hacer este programa. 

26 de mayo de 2024

Pantallas y decisiones

Me di cuenta de que entre las aplicaciones del Netflix, el YouTube y demás había una de televisión abierta y ahí encontré un canal de futbol. Transmiten resúmenes de partidos históricos de mundiales y recopilaciones de goles. Y he descubierto que disfruto mucho verlo. Y he descubierto por qué lo disfruto: es el no tener que decidir nada, gozar de un divertimento pasivo y ya.

Cada vez que quiero ver televisión me debato primero entre cuál plataforma abrir. Comienzo luego con el mortificante recorrido entre los miles de títulos. A veces –y seguro no me pasa sólo a mí– se me va casi una hora recorriendo el menú y al final ya no veo nada. Acá es nada más prenderle y echarse a ver.

Hasta la experiencia de los anuncios es diferente, porque al no ser una transmisión para mí, por un rato no veo los mismos tres anuncios de pantalones y cursos que me muestran todo el día en todos lados. Además, los anuncios esperan paciente y educadamente su turno de aparecer y no interrumpen a la mitad de algo importante como pasa en YouTube.

18 de febrero de 2024

Cafés y metralletas

El café Bernardi de la Cantera estaba parapetado por tres Suburbans estacionadas de reversa y cuatro tipos armados frente a la puerta. Si las circunstancias de tu vida son tales que es necesario que tres camionetas y al menos cuatro personas armadas –no sé si había más adentro– te sigan a todas partes, ¿de verdad tienes tienes tienes que llegar al Bernardi? ¿No puedes hacer tu reunión en algún otro lugar?


Algo parecido pensé cierta vez que vi a una señora haciendo sus compras en un Alsuper, seguida de cerca por dos custodios. Mi lógica es que primero se contrata a una persona que se hace cargo del aseo y la comida de la casa, luego una segunda que asiste en lo mismo, luego un chofer, luego una persona que hace reparaciones generales del hogar y se encarga de hacer algunos mandados y luego, ahora sí, los guardaespaldas. Así que si tienes guardaespaldas, seguramente tienes a más de una persona que podría hacerse cargo de tus compras del súper. ¿Tienes que andar paseando las pistolas así por todos lados?

12 de diciembre de 2023

Álbumes e imprecisiones


Sabía que Graham Coxon había publicado uno o dos álbumes como solista, pero ninguna tienda de la ciudad los tenía en su catálogo y sólo había logrado descargar dos canciones de Napster y ni siquiera estaba seguro de que fueran del mismo disco. Entonces recurrí a mi traficante de música pirata, un tipo al que le decían El Chuchuwá y al que le pagaba por quemarme discos con archivos bajados de la Internet. Luego de algunos días me entregó un CD-R con el The golden D, el segundo álbum solista de Graham. En poco tiempo la crudeza y rabia precoz del trabajo lograron que el disco fuera de mis favoritos, una producción que me excitaba e incomodaba desde que le daba play hasta que el visor del reproductor parpadeaba con dos rayas horizontales.

Los fines de semana tocaba (canciones deplorables) en un restaurante bar de la ciudad. Cada viernes, el baterista de la banda y yo intercambiábamos discos que nos quemábamos el uno al otro. Las entregas eran casi siempre recomendaciones, un ejercicio de Ten, creo que esto podría interesarte. Pero a veces también nos dábamos álbumes nuevos que sabíamos que el otro estaba esperando, conseguidos con antelación por filtraciones. Así fue que me entregó un CD-R con el Demon days de Gorillaz, de los pocos álbumes que me han encantado en su totalidad desde la primera reproducción.

Meses después me hice de una copia legítima del disco de Gorillaz, una edición especial con un empaque que se abría como cartel. Cuando puse el disco y llegué a la tercera pista, me desconcertó que esta no era un breve pasaje de apenas veinte segundos, sino una canción completa. La primera opción no resultaba algo impensable, ya que desde Blur Damon solía incluir pasajes efímeros entre canciones. Mi amigo baterista había descargado la canción incompleta y así la escuché durante casi un año.

Luego de más de diez años de escuchar y escuchar el The golden D en el disco quemado que le compré a Chuchuwá, me mudé a los servicios de música reproducida en línea y eventualmente puse el álbum. Además de tener una mejor definición (los mp3 en 56 kbps son ciertamente toscos), el disco ¡tenía otro orden! De eso ya han pasado también más de diez años y todavía me desconcierta reproducirlo y que lo primero que suene sea “… Jamie Thomas” y no “The fear”, y hay al menos otros tres temas que me siguen sorprendiendo cuando aparecen porque espero otros.

Hace poco pensaba en todo esto y apenas caí en cuenta que mis dos álbumes imprecisos eran de integrantes de Blur. 

24 de octubre de 2023

Álbumes y contemporaneidades

Cuando tenían seis años, mis hijos gemelos se pusieron unas playeritas de Nirvana y pues les pedí que me mencionaran tres álbumes de la banda. Así me respondieron:

Me dijeron: Papá, ¿por qué asumes que el goce emocional y estético de la música de Nirvana, o de cualquier banda, tiene que estar vinculado a datos que se pueden ver en Wikipedia?

Me dijeron: Porque ni siquiera estamos hablando de un ejercicio intelectual o de una apropiación cognitiva, saberse los álbumes es como saberse los nombres de los cuadros y con eso asumir que podemos comprender la obra.

Me dijeron: Y mira, el formato del álbum ya no es relevante para personas como nosotros que siempre hemos tenido toda la música a nuestro alcance y podemos tocarla cuando queramos y ordenarla como mejor nos convenga.

Me dijeron: ¿Por qué hoy, en pleno 2023, tendría que interesarnos el orden que Kurt, Krist y Dave le dieron a, por ejemplo, el Nevermind en 1991?

Me dijeron: Y eso si asumimos que fue la banda quien ordenó los álbumes y no el productor, o ¡quién sabe!, la disquera.

Me dijeron: Hoy nuestra realidad es otra. ¿Por qué pensarías que el contexto que le daremos a estas canciones será el mismo o parecido al que tuvieron tú y tus amigos en el 1989 del Bleach, el 1991 del Nevermind o el 1993 de el In utero?

Me dijeron: Con toda la música que tenemos a nuestro alcance, podemos crear nuestra propia curaduría musical, respondiendo a nuestra realidad, a nuestros momentos, a nuestras emociones, nuestras experiencias, nuestras ideas.

Me dijeron: Le agradecemos a Nirvana por haber creado estas canciones y respetamos su legado, pero la música ahora es nuestra y la experiencia de escucharla queda bajo nuestro control.

Me dijeron: Además, ahorita queremos escuchar “Baby shark”.

8 de agosto de 2023

Bares y concordancias

Estos son los aspectos que Anthony Bourdain considera que debe tener un buen bar y con los que estoy de acuerdo.

La cercanía es importante. Geográfica y socialmente. Un bar no empieza a gustarme porque los empleados me conocen y me saludan: los empleados me conocen y me saludan porque el bar me gusta. Esa es la cercanía social. En cuanto a la geográfica, la ubicación te debe ser familiar y accesible. Siempre contempla con anticipación tu ruta de regreso a casa.

Los barristas son importantes. Claro, claro: está la estereotípica figura del cantinero que es además terapeuta. Pero aquí hablamos de tener atrás de la barra a alguien que sepa identificar tus necesidades y satisfacerlas. Aprecio mucho que cuando llego a la barra ya esté la cerveza helada esperándome porque me vieron entrar con calor. Aprecio muchísimo cuando me recomiendan probar algo que luego en efecto me gusta.

La música es importante. A mí me gusta conversar en un bar, así que me encabrona cuando tienen la música muy fuerte. He estado atrapado en bares donde de plano hemos creado un grupo de WhatsApp de la mesa para poder comunicarnos. Las playlists con versiones bossa nova de lo que sea son terribles. Las playlists prefabricadas, facilonas y trilladas son terribles. Y si llegas a escuchar un anuncio de YouTube o de Spotify, abandona el lugar de inmediato.

El horario es importante. Hay quienes gustan de quedarse en el bar hasta muy entrada la madrugada. Hay quienes preferimos ir por la tarde. “El bar de día es doble bar”, digo siempre. Los tiempos deben estar alineados. Que tengan servicio a la una de la tarde es imprescindible para ver la Champions.

La botana es importante. No necesitamos forzosamente un menú bistro o gourmet, pero sí cositas ricas, hechas con cuidado y pensadas para darnos gusto y no para llenarnos o entretenernos. Una buena hamburguesa siempre es bien recibida: robusta, honesta, grasosa.

Los distractores son indeseables. Vamos a un bar a beber. Cualquier cosa que interfiera con esa experiencia es una mala señal. Bares temáticos… ¿qué más tema necesitas que una buena bebida? Bares con música en vivo, bares con karaoke, bares a los que entras por un refrigerador… no, no y no. Algunas de esas cosas van en los centros nocturnos, algunas otras van en un parque de diversiones.

14 de abril de 2023

Fotos y copias


Que unas fotos tamaño infantil para el trámite. Que lo más fácil es ir a una cadena de farmacias. Ahí voy. Sigo las instrucciones y luego luego transfiero las fotos de Damián y de Saúl al aparato. Comienzan los problemas: tengo las dos fotos en pantalla, pero no me permite hacerlas tamaño infantil. Me da pena pedir ayuda: ¿cómo no voy a poder hacer esto? Finalmente acudo a un dependiente que, fastidiado, viene a auxiliarme. Aborda el asunto con cara de otro ñor que no le sabe picar, pero pronto se da cuenta que en efecto hay algo raro y lo asume como reto. Lo va a lograr, dice. Pero luego de casi diez minutos se rinde y va por Fer, el wey que más le sabe en toda la farmacia. Llega Fer y pone manos a la obra. No entiende por qué no se puede: unas rayas rojas deberían ponerse verdes al moverlas ahí y no está pasando eso. Con las cejas apretadas y mordiéndose la lengua sigue manipulando el aparato. Luego abre los ojos bien grandes. Grita que ahí fue, que ya va a salir. Y cierra la sesión. Le digo que falta el otro. Pregunta que si cuál otro. Le digo que el otro niño, que son dos fotos, que son gemelos. Dice no manches, pensé que era la misma foto dos veces. Volvemos a empezar.