4 de julio de 2012

Fiestas y teatros

Odiaba cumplir años en el verano. Los únicos niños que veía eran mis vecinos y, siendo tiempos previos a la llegada de la Internet y la telefonía celular, no tenía muchos modos de contactar a más amiguitos para llenar una fiesta infantil. Durante el ciclo escolar, las madres de mis compañeros se aparecían de pronto a media jornada e interrumpían las clases para anunciar que Jaime o Francisco o Marcela cumplían años y que habían traído pastel y refresco para todos en el salón. Qué envidia me daban.

Aquel junio llegó el último día de clases de cuarto de primaria. Reunidos en el gimnasio, ensayábamos el festival de fin de cursos. De pronto, para sorpresa mía y algarabía de mis compañeros, mi madre entró al gimnasio con pastel y refresco. El ensayo fue interrumpido y todos disfrutamos de una rebanada de pastel. Era increíble ser el centro de la fiesta, ser el personaje al que todos querían acercarse, con quien todos querían platicar. La última pregunta que me hicieron fue cuántos años cumplía. Respondí que aún no, que faltaban más de dos semanas para la fecha. Todo cambió. Mi momento se convirtió en un fraude. Mis compañeros hicieron cara de querer escupir el pastel, de querer escupir todo el evento, todo el teatro que se había montado sin una justificación verdadera. Fue la última fiesta infantil que tuve.

2 comentarios:

Nericia dijo...

Yo sugiero que el fin de semana te pongas una peda en la que desquites todas las fiestas que no tuviste.

Juan Martín HC dijo...

Qué triste. Yo siempre había cumplido un día antes de iniciar el ciclo escolar (cuando bien me iba). Comprendo la situación :(