14 de abril de 2012

Sillas y tiempos

Nada dura más que la caída de una silla. Vemos la silla y, con la confianza de que nos recibirá, le damos la espalda antes de sentarnos en ella. Bajamos la posaderas y, al tocarlas contra la silla, algo pasa. Hasta aquí, el tiempo había transcurrido normalmente, como siempre corre, como lo indican los relojes y de manera en que a todos nos parece igual e inalterable. Nos damos cuenta de que el movimiento hacia abajo no se detuvo al llegar a la silla y el tiempo se pone en cámara lenta. Volteamos a todos lados en busca de la razón de esto: la silla sí está abajo de nosotros, no está a los lados ni muy atrás. Entonces, ¿por qué caemos? Es la silla: debe haber tenido una pata lastimada y, con nuestro peso, cedió y ahora va hacia el suelo, junto con nosotros. Caemos, entonces. Demonios. Antes de pensar en la estrategia para protegernos del golpe físico, aseguramos primero la defensa contra el golpe social: ¿hay alguien viéndonos? ¿Habrá sido muy obvio que la silla caería y hemos sido idiotas al sentarnos en ella? Revisamos la habitación y no, no hay nadie. Solo la televisión parece mirarnos, pero bien sabemos que somos nosotros los que la miramos a ella. ¿Qué hacer para no golpearnos? ¿Hay algo de lo que podamos sujetarnos? El único objeto a la mano es, para mala la cosa, la silla. Pero la silla cae y de nada serviría asirnos de ella. Ahora que hemos reparado en nuestras manos, qué ridículos nos vemos agitándolas en el aire, como si de algo fuera a servirnos moverlas como pájaro. Decidimos que lo mejor es ponerlas hacia abajo, como parachoques, pero con los brazos levemente flexionados para amortiguar mejor el golpe y no absorberlo totalmente en las muñecas y codos. Caemos en cuenta que la silla cae debajo de nosotros, ¿iremos a caer encima de ella? De ser así, la silla dejaría de ser un cómodo asiento y se convertiría en una hiriente trampa. Pero no... la silla está un poco atrás de nosotros: nos daremos contra el suelo y no contra ella. Mejor, porque el suelo es más predecible en su comportamiento. Finalmente terminamos de caer. Tenemos las palmas de las manos enrojecidas, la muñeca derecha entumecida y el trasero sucio. Apenas un segundo después y el tiempo ha vuelto a su velocidad normal.

4 comentarios:

Juan Martín HC dijo...

¡Sublime!

No soy mesero. dijo...

(╯ò_ó) ╯︵ ┻━┻

Unknown dijo...

Nada más estoy esperando a que escribas un libro.

Anónimo dijo...

Cortázar style.