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En la escuela secundaria desarrollé cierto gusto por las características distintivas de las cosas. Así, comencé a apreciar la tilde de mi segundo apellido: Pérez. Incluso deseé que mi nombre y primer apellido tuvieran tildes también. Pero no: solo el Pérez la llevaba y por años yo la había omitido.
Eventualmente me convertí en un entusiaste de la correcta escritura; pero una marca quedó tatuada para siempre en mi caligrafía, recordándome mi vergonzoso pasado: hasta hoy, cuando escribo a mano lo hago en mayúsculas, en una suerte de tipografía en versalitas. Aunque eso sí, procuro incluir todas las tildes donde van.
1 comentario:
A mi me pasó ago semejante, y es que a diferencia de mis compañeros de primaria, a quienes se les dificultaba escribir en cursiva, a mí me encantaba, y casi toda la primaria escribí así. Que hueva, no?
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