21 de abril de 2012

Trazos y nombres

Cumplí los dieciocho años y llegó el momento de tramitar mi carné de identidad. Por meses había ensayado la que sería mi rúbrica: las letras ge, eme y pe —mis iniciales— estilizadas en una especie de ola, subrayadas las tres por una larga línea horizontal. Así la plasmé en el documento y en todos los que a partir de entonces tuve que firmar.

Un par de años después, una Érika que conocía me firmó un papel y me gustó como el centro y solo el centro de su rúbrica quedaba encerrado en un círculo. Educada y éticamente le pregunté si podía adoptar el recurso y me dijo que sí. Para entonces, mis tres letras ya apenas se separaban, formando una gorda línea vertical atravesada por la raya del subrayado, en una suerte de cruz que, ahora con el círculo, recordaba a la mira telescópica de un rifle.

Pasaron otros pocos años y, en la escuela de psicología, aprendí que uno de los rasgos de la esquizofrenia es la presencia de trazos repetitivos en la firma. Me pareció divertido agregar a la mía tres puntos, pensando que algún día un psicólogo clínico podría verla y creerme esquizofrénico. No ha pasado, pero seguido me preguntan si soy masón.

2 comentarios:

Ang dijo...

Siempre he querido aprender grafología. Es uno de los pocos recursos —o ilusiones— que tenemos para abrir y descifrar a alguien.

Ang dijo...

Siempre he querido aprender grafología. Es uno de los pocos recursos —o ilusiones— que tenemos para abrir y descifrar a alguien.