11 de febrero de 2012

Perros y locos

“Hay un perro muy triste allá afuera”, dijo mi hija, que veía por la ventana junto a la puerta. Salimos y las tetas que le colgaban del vientre nos dijeron que no era un perro, sino una perra muy triste. Había venido a llorar a nuestra puerta y se dejaba acariciar. Se bebió con desesperación el tazón con agua que le dimos. Salí a caminar por el barrio con ella. Perrita Triste me seguía como si nos conociéramos de hacía años. “¿Dónde vives? ¿Dónde están tus cachorritos?”, le preguntaba.

Luego de caminar varias cuadras se nos unió el loco del barrio. Yo lo había visto pasear en bicicleta por las calles y cantando afuera de las tiendas, pero nunca había hablado con él. “Le pueden dar una buena recompensa”, me dijo, con una voz muy grave que me hizo pensar en algún locutor de la radio de los ochenta, “y cuando se le ofrezca, le puedo lavar su auto por cincuenta pesos”. Seguimos caminando por casi una hora. Los tres. Perrita Triste, el loco del barrio y yo.

Al otro día Perrita Triste ya no estaba. Le habíamos preparado un rincón en el porche para que pasara la noche. No volvimos a verla ni supimos si encontró su casa y sus cachorritos. Al que sí vemos es al loco del barrio, que insistente toca nuestra puerta todos los días para preguntar si queremos que lave el auto.

1 comentario:

Camélida del Viento dijo...

de los perritos tristes y los locos con voz 80tera, sobre eso escribimos, porque hay muchos.

un saludo.