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Luego de caminar varias cuadras se nos unió el loco del barrio. Yo lo había visto pasear en bicicleta por las calles y cantando afuera de las tiendas, pero nunca había hablado con él. “Le pueden dar una buena recompensa”, me dijo, con una voz muy grave que me hizo pensar en algún locutor de la radio de los ochenta, “y cuando se le ofrezca, le puedo lavar su auto por cincuenta pesos”. Seguimos caminando por casi una hora. Los tres. Perrita Triste, el loco del barrio y yo.
Al otro día Perrita Triste ya no estaba. Le habíamos preparado un rincón en el porche para que pasara la noche. No volvimos a verla ni supimos si encontró su casa y sus cachorritos. Al que sí vemos es al loco del barrio, que insistente toca nuestra puerta todos los días para preguntar si queremos que lave el auto.
1 comentario:
de los perritos tristes y los locos con voz 80tera, sobre eso escribimos, porque hay muchos.
un saludo.
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