14 de febrero de 2012

Ilusiones y terrores

Estaba en sexto be y desde el cuarto grado me gustaba Daisy, una niña pálida de sexto ce. Aquel año, la sociedad de alumnos del colegio —que atendía estudiantes desde el jardín de niños hasta la preparatoria— instauró un sistema de correo interno para el Día de San Valentín. Decidí escribirle a Daisy.

Haciendo mi mejor letra, le expliqué en una carta anónima cuánto me gustaba. Al final le preguntaba si quisiera ser mi novia y pegué dos papeles doblados: uno decía “no” y el otro “sí”. Adentro del “no” le agradecía amablemente su tiempo y adentro del “sí” le revelaba mi nombre y el número telefónico de mi casa. Deposité el sobre en el buzón de cartón y los siguientes días fantaseaba en cómo yo esperaba afuera del salón de Daisy, parado sobre una jardinera. La buscaba con la mirada y me encontraba con la suya. Desde dentro, ella movía su cabeza y con los labios me decía “sí quiero”. Pero poco a poco la ilusión se convirtió en terror y deseé quemar la escuela con todas las cartas que al otro día iban a repartirse.

No volví a hablarle a Daisy sino hasta el último año de preparatoria.

4 comentarios:

Cabrón Insensible dijo...

Qué horrible nombre.

Juan Martín HC dijo...

Triste nuestro caso. Mis primeras declaraciones fueron escritas. No fue hasta la quinta carta (y quinta niña) que recibí un sí.
Ahora me guardo las cartas para ocasiones especiales :)

Anónimo dijo...

Muy marica de tu parte.

Anónimo dijo...

Cuando esa mujer que tanto deseamos, se convierte en una verdadera pesadilla.
¡Muy buena Guso! Me identifiqué.