
Algunos quisieron irse a casa, pero la inmundicia bloqueaba el pasillo que llevaba a la puerta. Ilusos, los empleados tendieron sobre la charca algunas tablas a manera de puente, sólo para verlas hundirse. Hubieron de habilitar una ruta de evacuación que atravesaba por la otra parte del bar, aquella donde había gente decorada con palitos luminosos sufriendo espasmosos bailes al ritmo de las tornamesas. Los rockeros fuimos instruídos a pasar rápidamente por entre la fiesta, advertidos de que a cualquiera que pareciese estarse moviendo al ritmo del rave le sería cobrada la cuota de admisión.