6 de octubre de 2009

Ñoños y Guitarras

Le pagué $100 pesos a un tipo para que me descargara el Golden D de Graham Coxon. Hey, era el merísimo año 2001 y la Internet todavía andaba por teléfono y la música dependía de un gato con lentes oscuros y audífonos. Para inventar este realmente subvaluado álbum, el chico más tímido de Blur agarró sus gafas de pasta y su Telecaster y se fue a lo que suena como el cuarto desocupado de la casa de sus papás —la misma casa de la que el botecito de leche salió a buscarlo— a grabar un disco él solito en cinta análoga.

Yo todavía no termino de entender cómo un ñoñazo puede sonar tan monstruoso con su guitarra y tan desesperado con su voz. Ah, pero qué atrevido me sentía caminando a las ocho de la mañana desde la Escuela Libre de Psicología hasta el entonces Museo de Ciencias Sin Nombre, perdiéndome en las callesitas de las afueras del Centro y fumando Camel Lights, tratando de deshacerme de esa hora que me sobraba, sometiendo mi paso a las marranadas del grunge intercaladas en el Golden D con la nostalgia del folk, con el discman enterrado en la mochila de nylon y con los audífonos de diadema abrazados a mi cabeza.

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