
Yo todavía no termino de entender cómo un ñoñazo puede sonar tan monstruoso con su guitarra y tan desesperado con su voz. Ah, pero qué atrevido me sentía caminando a las ocho de la mañana desde la Escuela Libre de Psicología hasta el entonces Museo de Ciencias Sin Nombre, perdiéndome en las callesitas de las afueras del Centro y fumando Camel Lights, tratando de deshacerme de esa hora que me sobraba, sometiendo mi paso a las marranadas del grunge intercaladas en el Golden D con la nostalgia del folk, con el discman enterrado en la mochila de nylon y con los audífonos de diadema abrazados a mi cabeza.
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