Perdón por abrir con la aburrida observación nostálgica, pero la década que termina nos vio abandonar los álbumes musicales como objetos al mudarnos de manera definitiva a las reproducciones en línea. Antes, hacer listas de álbumes favoritos era una tarea que se sentía más orgánica, ya que sólo era cosa de pensar en qué cajas de discos habíamos cargado en la mochila y en la guantera del auto.
Sin embargo, me sorprendió la facilidad con la que saqué esta lista de mis álbumes favoritos de esta década que es la última de dos que no supimos cómo nombrar. Pensé que iba a tener que hurgar en mis registros de Last FM para mostrarme a mí mismo qué me gustó. Pero no. Hice esto prácticamente de memoria. Y aquí están, acomodados en el consabido orden de las letras en el alfabeto.
A la piscina, de Aias. Un fugaz trío de chicas catalanas lanzó este pegajosísimo álbum… y desapareció para siempre. Abrimos la década con este sonido amplio y reverberado que Aias representa alegremente en este álbum que nunca ha salido de la rotación de mis bocinas.
A sufi and a killer, de Gonjasufi. Nunca he sabido cómo describir lo que hace Gonjasufi. Este tormentoso álbum se te mete en la médula y no entiendes qué es lo que te sucede, hasta que mejor sólo lo dejas suceder. ¿Es hip hop? ¿Es folk? ¿Es rock? Me vale madre.
El disco, de Yo! Linares. La rudeza del sonido de esta banda me asustó y cautivó en igual medida. Esta banda tuvo una vida corta y no podía ser de otra manera: un animal así termina por destruirlo todo o por devorarse a sí mismo. Me he referido a esto como rock feral y creo que es es de lo más acertado que haya dicho.
Días nuestros, de Los Reyes del Falsete. Cuando comenzó la década desapareció Club Fonograma (que por cierto ¡ya regresó!) y creí que me perdería de toda la escena pop iberoamericana. Pero la música encuentra sus caminos y me llegó esta trepidante producción que tiene los arreglos más chingones que haya escuchado en muchísimo tiempo.
La dinastía Scorpio, de Él Mató a un Policía Motorizado. Ese rock básico que nos pega a todos: música poderosa e historias adolescentes.
Monomania, de Deerhunter. Esta banda estadounidense alterna sus producciones entre impecables álbumes de rock contemporáneo y trabajos experimentales como este disonante e insoportable disco que es una amenaza para las bocinas. Me encanta.
Salve discordia, de Triángulo de Amor Bizarro. Madurar no significa dejar de crear rock audaz y confrontativo, sino hacerlo cada vez mejor. Esta banda gallega se colocó entre mis predilectas durante esta década.
Sremmlife, de Rae Sremmurd. Durante la década el mundo del pop estuvo dominado por el hip hop y el reguetón. (Y sí: el rock también es parte del pop). Fui inmiscuyéndome por esos rumbos que no había explorado antes y fue ahí que encontré este álbum que me reventó los oídos.
The king of limbs, de Radiohead. Este álbum me agarró por sorpresa y en su momento casi lo pasé por alto. Tuvieron que pasar varios años para que me sedujera el mántrico experimento rítmico de mi banda favorita. Los mejores gustos son los adquiridos.
Yo maté a tu perro, de Yo Maté a tu Perro. Algo sucedió entre este álbum y yo que desde que lo puse lo mantuve sonando durante meses. Su crudeza y sinceridad debió remontarme a mis años de adolescencia, que es cuando se supone que incorporamos a nuestra vida la música que nos será más entrañable. Le dediqué una oída libre cuando intentamos resucitar Noche Pasta.
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