Me reclutaron para tocar el bajo en The Mueres y nos presentamos en Don Burro. La experiencia me dejó dos reflexiones.
Por más de veinte años he sido vocalista y guitarrista. Al comenzar como bajista sentí una especie de liberación: no necesitaba manipular seis cuerdas a la vez, sino una por una, además de no tener que estar pendiente de activar y desactivar pedales de efectos. Luego, no ser el vocalista lo hacía todavía más fácil, ya que no tenía que concentrarme en la voz ni en lidiar con el público y hasta dirigir musicalmente a la banda. Pero pronto entendí el nivel de responsabilidad que conlleva el bajo, requiriendo disciplina y una concentración metódica: cuando el bajista se equivoca y su instrumento deja de sonar, es como si toda la banda desapareciera. El ruido se ahoga y la presentación se desvanece.
La última vez que me presenté con mi banda fue hace diez años. Desde entonces toqué dos veces en vivo, liderando bandas de esas de homenajes. Noté (y me entristeció un poco) que la gente que he conocido en los últimos años estaba sorprendida de que yo tocara. Me decían que no sabían que era bajista y que tuviera una banda, y yo pensaba que ni soy bajista ni esta es mi banda. Pero esto es mi culpa.
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