Suena mi teléfono. Es Jesús, de quien me acabo de despedir en el café hace apenas dos minutos. Carajo. Seguro olvidé algo. Deslizo el botón para contestar y en lo que me llevo el aparato a la oreja repaso mentalmente: no es la tarjeta, porque pagué en efectivo; tampoco la cartera, porque el efectivo lo llevo en el bolsillo del pantalón, así que no la saqué; no puede ser la computadora, porque siento el peso en la mochila que llevo en la espalda; tampoco son los lentes de sol, porque los traigo puestos; ¿será la libreta?, no, no la he utilizado hoy. Jesús, ¿qué tal? ¡Guso! ¡Se te quedó la bicicleta en el Kaldi!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario