3 de marzo de 2018
Bancas y partidos
México no jugó en el Mundial de Italia 90, pero igual en el salón audivisual de la escuela nos pusieron una televisión más profunda que ancha donde podíamos ir a ver los partidos en el recreo. Entré a ver alguno de los juegos y vi que en la segunda fila de largas bancas metálicas estaba sentada Lily, la de sexto ce, la que me gustaba. Avancé por el pasillo central ponderando si debía sentarme enseguida, atrás o un poco lejos de Lily. De pronto todo se sacudió y en mi cabeza había algo parecido a cuando poníamos esas teles más profundas que anchas en el canal 3. Estaba en el piso, junto a una de las bancas de metal. De mis costillas de atrás a la izquierda salía un calor que nacía como dolor y se tornasolaba en adormecimiento hacia el resto de mi espalda. Me habían empujado. Lily seguía platicando con su amiga y no veía ni el partido ni a mí. Me levanté, di dos pasos y volví a salir disparado. La sorpresa fue menos y pude ver que Pepe Villanueva de segundo de secundaria es el que me había empujado. Esta vez choqué contra el respaldo de la banca y dolió mucho menos pero sonó mucho más. Lily volteó. Con la cabeza caliente y los costados entumecidos, me puse de pie concentrado en caminar derecho y en que no se me escurrieran las lágrimas. Pepe me volvió a lanzar. Ya, wey, déjalo, nada más va a pasar. Pues que se siente atrás. Déjalo que pase, se va a poner ahí adelante. Dirigí mis ojos hacia un asiento vacío que no se interponía entre Pepe y la pantalla. Pepe lo vio y asintió con la cabeza. Yo no lo vi porque tenía los ojos empapados. Con las costillas palpitándome, pasé cerca de Lily y me senté hasta adelante, donde ni Pepe ni ella pudieran ver como una lágrima helada pasaba sobre mi mejilla caliente. Pinche Pepe.
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