Las letras y todos los demás signos que utilizamos para escribir sirven para plasmar el modo en que hablamos. Asignamos un sonido a la a, uno a la jota, uno a la te y así a todas las letras hasta la zeta. Ponemos tildes para que entendamos dónde va la sílaba tónica, signos de interrogación para indicar que, de estar hablando, usaríamos un tono de pregunta, comas para emular las pausas que hacemos y negritas para que quien lea entienda que ponemos énfasis en cierta palabra.
Por eso me gustan las comillas, porque son el único signo que ha logrado ser más que una herramienta para imitar el habla. De hecho, es el único signo que ha transitado el camino al revés: en vez de ser algo hablado que se convirtió en escrito, es algo escrito que adoptamos en lo hablado: levantamos las manos, paramos los dedos índice y medio de ambas y los movemos para entrecomillarnos al hablar.
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