20 de septiembre de 2015

Alientos y mareos

Por muchos años fui cantante en antros de Chihuahua con bandas en cuyos repertorios, junto a muchas canciones trilladas, se incluía “Creep” de Radiohead. Ahora estoy en una banda que de momento se dedica a interpretar canciones de Radiohead y, desde luego, “Creep” está incluida.

A pesar de que suele desdeñarse este tema de la banda de Oxford por su popularidad y por ser una de las más simplonas que hayan grabado, cantarla siempre me ha provocado una sensación que ninguna otra canción me brinda.

Los dos primeros versos con sus coros son un arrullo que se interpreta con facilidad, apenas moviendo la boca, como hablándola. Luego se requiere concentrarse un poco para hacer unos falsetes que, de no planear bien la respiración, podrían romperse y descomponer el momento. Llega entonces la mejor parte: dos notas sumamente altas, poderosas y largas, diciendo run, run. Estas notas requieren de todo el apoyo del diafragma y se dejan resonar en el cráneo para que exploten. Cuando las hago, siento las venas del cuello y de la sien hincharse y todo el sonido a mi alrededor es como si estuviera debajo del agua. Casi al final de la segunda llega una especie de mareo, de alucinación, un desprendimiento muy breve que luego se convierte en el primer respiro profundo para volver a murmurar. Whatever makes you happy, whatever you want.

23 de abril de 2015

Filas y burócratas

Cada mañana, camino al trabajo, veo una fila de personas en la esquina de la avenida Universidad y José María Mari. La línea se forma frente a un hombre que vende burritos de hielera y alcanza a ser de hasta treinta personas, empleados administrativos del hospital del IMSS que está ahí: secretarias, contadores, financieras, jefes de almacén.

A veces la fila está formada aunque el señor de los burritos no haya llegado.

Veo esto cada mañana y me hace sentir muy triste.

26 de febrero de 2015

Humo y despedidas

El 26 de diciembre de 2014 estábamos afuera con las cervezas, el frío y los cigarrillos cuando noté que uno de los tres no fumaba. Lo dejé hace unos meses para poder cantar y oler mejor y para no estarme saliendo de las fiestas, dijo. Yo no dije nada, pero pensé que era una buena idea.

Luego de dieciocho años, dejar los cigarrillos no fue un drama ni un suplicio. La separación no fue en malos términos y si alguna noche se me antoja uno, me permitiré encenderlo.

Agradezco a los cientos de Delicados que me acompañaron en conversaciones memorables en banquetas y porches, que compartieron mis dedos con plumas mientras garabateaba historias en una libreta, que regalé a amigos y extraños en bares, cantinas y conciertos. Fueron cómplices inigualables, pero ahora es momento de que cada uno siga su camino sin el otro.

29 de diciembre de 2014

Reconciliaciones y recuentos

Según contaba recientemente, 2014 fue un año en que –sin haberme peleado antes con ella– me reconcilié con la música. Vale la pena entonces anotar aquí mis diez álbumes favoritos del año, que son, en orden alfabético:

Another language, de This Will Destroy You”: violento y arrullador.
Ballenas muertas en San Sebastiían, de El Columpio Asesino: cínico e impetuoso.
Canciones para insectos, de The Mueres: grotesco y obsesivo.
LPIV, de Los Punsetes: mordaz y pegajoso.
Mess, de Liars: bailable y enervante.
Muuk, de Muuk: denso e intenso.
Rave tapes, de Mogwai: estruendoso y directo.
St. Vicent, de St. Vincent: complejo y optimista.
Tomorrow's modern boxes, de Thom Yorke: íntimo y discreto.
Under color of official right, de Protomartyr: crudo y voraz.

También cabe mencionar Días nuestros de Los Reyes del Falsete y Matangi de M.I.A., que si bien no fueron publicados este año, fue apenas que los encontré.

15 de noviembre de 2014

Montañas y gente

Érase que se era, al pie de una gran montaña, un pueblo donde gente conocida como gentalegre vivía. Su propia existencia, un misterio para el resto del mundo, era oscurecida por grandes nubes.

Aquí llevaban sus vidas pacíficas, ajenos a la letanía de excesos y violencia que crecía en el mundo más allá. Vivir en armonía con el espíritu de la montaña llamada Mono era suficiente.

Luego un día, gente extraña llegó al pueblo. Llegaron camuflados, escondidos detrás de gafas oscuras. Pero nadie los notó. Sólo veían sombras. Verás: sin la verdad de los ojos, los gentalegre eran ciegos.

Con el tiempo, los gentextraña encontraron el camino a pasajes altos en la montaña, y fue ahí que encontraron las cuevas de sinceridad y belleza inimaginables.

Por azar, se toparon con el lugar en que las buenas almas van a descansar. Los gentextraña codiciaron las joyas de estas cuevas sobre todas las cosas.

Y pronto comenzar a explotar la montaña, con cuya rica veta alimentaban el caso de su propio mundo. Mientras tanto, abajo en el pueblo, los gentalegre dormían inquietos, sus sueños invadidos por figuras sombrías que escarbaban sus almas.

Cada día, la gente despertaba y miraba hacia la montaña. ¿Por qué estaba llevando oscuridad a sus vidas? Y mientras los gentextraña cavaban más y más profundamente en la montaña, agujeros comenzaron a aparecer, trayendo con ellos un viento frío y amargo que estremecía la propia alma de Mono.

Por primera vez, los gentalegre sintieron temor, pues sabían que pronto Mono se sacudiría de su sueño profundo. Luego vino un sonido, distante primero, que creció hasta la castrofanía, tan inmenso que podía escucharse muy lejos en el espacio.

No hubo gritos, no hubo tiempo. La montaña llamada Mono había hablado. Hubo sólo fuego y luego… nada.

4 de noviembre de 2014

Platillos y nomenclaturas

A diferencia de la mayoría de mis compañeros del museo en el que trabajo —y al parecer de muchos otros oficinistas del centro— es raro que coma burritos por la mañana. Pero era domingo, no había desayunado y tampoco estaba muy ocupado, por lo que salí a buscar burreros. Nada. Lo normal es ver el letrero de “Burritos” pegado afuera de cualquier tienda de abarrotes, papelería o revistería del centro, así como a hombres con apariencia de mecánicos cargando hieleras repletas de esos rollos de tortillas de harina y guisos. Pero ese domingo… nada.

Caminé por la Juárez, la 19a, la Aldama, la Rosales, la Ojinaga y la 5ta. Nada. Finalmente, en un puesto de dulces de la Victoria, los encontré. ¿Dónde consiguió burritos en domingo?, me abordaron las señoras del aseo. Aquí, en la Victoria, y con la mano hice un mapa en el aire.

Ahora me atormenta la idea de que en los pasillos y en el comedor del museo se diga Vamos por unos burritos de los del licenciado Macedo.

26 de octubre de 2014

Fantasías y mofas

Los anuncios de juguetes que salen en la televisión son uno de los modos más sutiles de crueldad. En la pantalla aparecen niños o niñas jugando de manera fantástica con los monos de acción o con las muñecas. Pero esta es una fantasía que parece realizable: los juguetes no se mueven solos y los escenarios son patios o recámaras como los que se pensaría cualquiera puede tener. Sin embargo, resulta imposible emular en la realidad las escenas que se muestran ahí.

Como si esto fuera poco, al final del comercial, luego de que el espectador se ha enganchado con la emocionante posibilidad, la voz del narrador anuncia que no se incluyen los personajes y que los accesorios se venden por separado. Pero lo dice en un tono de voz que, más que informativo, parece de burla. El muy hijo de puta.