19 de junio de 2022

Cuerpos y cuidados


Programé una visita con el dermatólogo para que me revisara unas lesiones de la cara. Dos días antes de la cita me lesioné la rodilla jugando futbol y tramité también una visita al fisioterapeuta. Mi padre murió con un incrustado cáncer de piel. No murió del cáncer de piel, pero sí con él. Y he visto cómo los cuerpos comienzan a deteriorarse a partir de los cuarenta y he notado cómo me aburro con las conversaciones que la gente de mi edad sostiene sobre tratamientos, dolencias y pastillas. 

Esperando las citas mi angustia no era que me fueran a dictaminar un cáncer como el de mi padre o que me fueran a mandar a intervenir quirúrgicamente la rodilla: mi mortificación era que me dijeran que ya no jugara bajo el sol y que ya no fuera a estarme a la intemperie viendo los partidos de mis hijos, que ya no usara mis rodillas para jugar futbol o para ir a correr a El Encino. Porque finalmente para eso queremos el cuerpo, para hacer cosas, no para tenerlo ahí guardado como esas salas a las que nunca se les quita el hule protector. El cuerpo nos lleva, nos pone, nos hace.

Todo quedó bien. Que me ponga más bloqueador del que ya uso. Que le ponga más atención al estiramiento y el calentamiento. Que siga usando mi cuerpo para lo que quiero, pero que lo cuide y lo mantenga en buen estado. Nada más.

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