3 de abril de 2012

Cuerpos y camas

Dormir no es solo cosa de echarse y comenzar el reposo para amanecer con el cuerpo reestablecido y fresco así gratuitamente. Mantenerse en una misma posición por determinado tiempo —aunque sea dormido— provoca fatiga. Se acuesta uno sobre el costado derecho y el brazo de ese lado se convierte en un estorbo que, de no querer tener debajo de las costillas, habrá que doblar desde la clavícula, causando dolor al poco tiempo. Los pies, con su posición perpendicular al resto del cuerpo, resultan un problema cuando se está acostado boca arriba o boca abajo. En el caso de los varones, el pene puede ser incómodamente aplastado al colocarse con la panza contra el colchón. Desconozco qué molestias puedan enfrentar las mujeres, pero supongo que los senos han de presentar el mismo inconveniente que el pene. Dormir en pareja tampoco es lo que el romanticismo nos ha hecho creer: los huesos duros y las articulaciones filosas del compañero se vuelven discretos aparatos de tortura.

La Posición Ideal del Sueño, absurda e irónicamente, se logra de manera casi natural solo cuando no se va a dormir. Entra uno corriendo a la casa a cambiarse de zapatos entre una cita del trabajo y la siguiente, ve la cama y se echa por dos minutos en ella. Al dejar caer el cuerpo, este queda en una posición media entre la de costado y la boca abajo, de forma que los pies reposan de lado y ambos hombros reposan contra la cama. Por la noche, cuando se intente replicar la postura, se descubrirá que es imposible. Del mismo modo, al estar acurrucados viendo la televisión, el cuerpo del otro se antoja como una poltrona que se amolda al nuestro. Es cosa de decir “Buenas noches, mi vida” y jalar las cobijas para que los bordes y rispideces del otro se tornen insoportables.

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