13 de marzo de 2012

Aparatos y agendas

Tengo un teléfono de esos que llaman inteligentes —que para mí son solo computadoras pequeñas muy bien programadas y útiles— al que puedo pedir verbalmente que llame a alguien. Así, puedo ir montado en la bicicleta, con las manos bien sujetas a los manubrios y decir “Llamar a mi esposa, por favor”, tras lo cual el teléfono me dirá con voz robotosa “Llamando a su esposa” y conectará la llamada.

Pasa a veces que le digo “Llamar a la vecina, por favor” y el teléfono —ahora sí siendo nada inteligente— me anuncia “Llamando al señor Urbina”, provocando que manotee buscando el control para rápidamente suspender la llamada. Pasa también que luego de “Llamar a mi compañero, por favor” anuncie “Llamando a Juan Leñero” y me deje sorprendido porque hace tanto que no sé de él y ni siquiera sabía que tenía su número en mi teléfono.

Un caso como el segundo ejemplo me pasó hace poco, cuando de pronto el teléfono me puso en contacto con una chica a quien hace trece años di su primer empleo, cuando ella todavía cursaba la escuela secundaria. “Sigo viviendo en Chihuahua”, me dijo antes de anunciar “y me caso en dos semanas”. Su número logró sobrevivir más de doce años de respaldos de agendas y posiblemente sea de los pocos que ha estado en absolutamente todos los aparatos que he usado como teléfono móvil. Quizá el teléfono no sea inteligente, pero claramente es un sentimental.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Alguna vez, ya hace algún tiempo, mandaba un mensaje de texto a un amigo que, con urgencia, necesitaba que lo leyera. De cierta forma el celular colocó números que no recordaba haber puesto y mandé el mensaje. Diez minutos después me contesto una amiga de otra ciudad, que por alguna extraña razón, le habia llegado a ella aquel mensaje. No pude dejar de sonreír y extrañarme... ¿cómo demonios le llegó a ella? Tal vez mi celular sea tartamudo con los números, pero que bien recuerda a mis amistades.