Iglúes y Generales

Ha muerto Pinochet. Algunos hijos de puta lo lloran. Otros lo festejan. No hay nada qe festejar.

Cuando estaba yo peqeño y asistía a la primaria, mi libro de lectura marca Nutesa –mira qe yo iba a la escuela privada- de qinto de primaria iniciaba con un relato titulado El Burlado. La historia iba de un comerciante qe era atrapado por una tribu inuit* y el pobre wey se moría de miedo, ya qe conocía bien los métodos de tortura aplicados por los habitantes de iglúes. El prisionero contó al líder de los inuit sobre un poderoso ungüento qe él sabía preparar, el cual convertía en una impenetrable armadura la piel sobre la cual se aplicara.

Miembros de la tribu fueron enviados a traer las yerbas e ingredientes qe el comerciante les iba encargando, con los cuales preparó un potaje cafesoso y chapopotoso. Pidió al líder qe se untara un poco en el brazo, tras lo cual pidió un cuchillo. El líder se negó a ser el cobaya del experimento, y dijo al prisionero qe si en alguien probaría el ungüento, sería en si mismo. Así, el comerciante tomó un poco de la preparación, se la puso en el cuello y se recostó sobre una mesa, pidiendo al jefe inuit qe dejara caer su hacha sobre su pescuezo. Cuando lo hizo, la cabeza del comerciante rodó, dejando un rastro rojomorado sobre la nieve. Todos guardaron silencio. El jefe enfureció. El maldito prisionero se había salvado de la tortura. No creo qe nadie haya festejado.

Yo ni lloro ni festejo. Es más: ni siquiera creo. Para mi qe Pinochet está ahora mismo en alguna isla del caribe, bebiéndose una piña colada sin licor, torturando a la fauna local y carcajeándose de las noticias qe ve en la televisión.

* Mi nueva posición ultrapolíticamente correcta me provoca llamar a los pueblos indígenas por sus propios nombres y no por aqellos qe les fueron impuestos por los europeos. Por eso, en vez de “esqimales”, les dije “inuit”.