Visitar el Zulu es pagar la visita familiar. Los cuerpos disfrazados de fashion se reencuentran cada fin de semana, frenetiqeando bajo los influjos de los beats servidos por DJ Marcos Barrera. La casona colonial nació en una familia bien, pero la niña empezó a pintarse la boca a los 11, desarrolló senos a los 12 y para los 17 el atuendo de Zulu Cocktail and Lounge no era ya un disfraz, sino el atuendo qe mejor le iba.
El lugar sufre de popularidad. Luce lleno. Los clientes toman las mesas, pero los nativos deambulan por los pasillos. Ambas especies se ignoran mutuamente. Los nativos se reconocen entre si y, como cada fin de semana, se saludan. Poco falta para qe cada uno cargue con su lista de asistencia. “Shellwyz… ahí está. Elisa… ahí está. Nanno… allá va” palomearían. Los clientes no les estorban. Son como parte de la decoración del lugar. La lámpara antropomórfica aporta luz. Los clientes aportan sustento.
El lugar sufre de popularidad. Luce lleno. Los clientes toman las mesas, pero los nativos deambulan por los pasillos. Ambas especies se ignoran mutuamente. Los nativos se reconocen entre si y, como cada fin de semana, se saludan. Poco falta para qe cada uno cargue con su lista de asistencia. “Shellwyz… ahí está. Elisa… ahí está. Nanno… allá va” palomearían. Los clientes no les estorban. Son como parte de la decoración del lugar. La lámpara antropomórfica aporta luz. Los clientes aportan sustento.
“Prefiero faltar al work qe al dancefloor”, dijo Barby, imprimiendo tanto del nativo Zulu en la frase qe a propósito jamás lo hubiera logrado. Salud. Punchis punchis punchis punchis.
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