Un día, mi maestra de biología de la prepa fue más allá de los temas abordados por esa materia. Habló de la vida misma y de la verdadera energía qe nos hace latir los pechos.
Platicó como un día llegó su hijo a casa sin la chamarra con la qe había salido en la mañana. Los inviernos aqí no son como en Groenlandia, pero mira qe si es común qe el termómetro indiqe temperaturas bajo cero (en escala Celsius, eso es). La maestra recibió al muchacho con un reclamo "hijo, ¿dónde está tu chamarra?". El hijo le contestó con la mayor naturalidad qe, mientras conducía hacia la escuela, había visto en un crucero a un joven indígena en manga corta, sobándose las manos, golpeando sus dientes y cuyo aliento se podía ver. Le dijo a su madre qe le había obseqiado su chamarra.
La madre enfureció. Le recordó cuál era la situación económica de la familia y lo ajustado del presupuesto señalado para vestido. A gritos le hizo ver qe posiblemente tendría qe pasar el resto el invierno sin una chamarra, a no ser qe sacrificaran otras cosas. En parte para hacerlo reflexionar, pero más para reclamarle, le preguntó qe cómo pensaba mantenerse abrigado el resto de la estación. La respuesta de su hijo la hizo qerer rebobinar la cinta de sus regaños. El solo hecho de recordar la escena mientras nos la narraba le empapó los ojos y le humedeció las mejillas. El hijo había dicho "mamá: me calentaré con la calefacción de Cristo".
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