Hasta principios de este siglo, un teléfono sonando era urgente: no sabíamos quién podría ser o para qué llamaba. Luego llegaron los identificadores de llamadas y luego los mensajes de texto y las cosas cambiaron… aunque no para todos.
Si recibo un mensaje de texto yo decido cuándo lo atiendo. Sé quién lo manda y sé de qué se trata y así pondero la inmediatez que necesita. Además, puedo seguir trabajando, viendo el futbol o hasta atendiendo una junta virtual mientras contesto.
Una llamada necesita que todo se suspenda. Debo dejar lo que estoy haciendo para tomarla. Por eso prefiero primero avisar antes de marcar y que me avisen antes de marcarme. Y están esas personas que te marcan una, dos y tres veces seguidas y luego reclaman Te estuve marcando y no contestabas y yo respondo Perdón, es que estaba ocupado, pero en realidad pienso Mira, obviamente vi tu primera llamada y vi que eras tú pero estaba haciendo otra cosa –tal vez concentrado en un proyecto, tal vez jugando video juegos, tal vez leyendo, qué te importa– y decidí no dejar mi actividad para atenderte.
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