18 de marzo de 2023

Opresiones y rebeliones


Víctor me bulleaba aunque él estaba en quinto y yo en sexto. Salíamos en el mismo cuadro de un festival de la primaria y en los preparativos no me dejaba en paz. El día del ensayo general, en el teatro, esperábamos nuestro turno para pasar al escenario. Víctor estaba sentado en una mesa y yo en el suelo abajo de él. Cada vez que la maestra salía –y salía muchas veces–, Víctor me pegaba en la cabeza con una chamarra y todos se reían. Yo sólo me quedaba ahí, pasmado, sin reaccionar, o intentando que no se me notara ninguna reacción. La maestra volvió a salir y un instante yo estaba cerrando los ojos y endureciendo los músculos del cuello esperando el chamarrazo y al siguiente estaba encima de Víctor, que tumbado sobre la mesa intentaba cubrirse de la ráfaga de golpes que le tundía en la cara. 

Esta no es una de esas historias donde el niño oprimido un día se rebela contra su abusador y entonces este lo deja en paz para siempre. Esas historias casi no pasan. Las cuentan mucho los papás, pero casi no pasan. En cuanto me quitaron de encima de Víctor me arrepentí. No supe cómo había llegado a eso, pero había sido muy mala idea. Víctor y sus amigos siguieron buscándome en la escuela. Me rodeaban y Víctor se ponía frente a mí, su cara muy cerca de la mía, y me decía A ver si muy chingón, ahora sí pégame así, sin agarrarme desprevenido. 

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