La relación de mi madre con la cocina siempre fue más bien sencilla. Uno de los platillos (y ni siquiera sé si califique como tal) que me preparaba y me gustaba mucho era un pan tostado con mantequilla al que luego le espolvoreaba azúcar. La mantequilla y el azúcar se combinaban en una suerte de glaseado que luego se hacía duro sobre el pan.
Una variante de esta receta era ponerle chocomil en vez de azúcar. Y digo “chocomil” invocando el término que todos los niños usábamos en esos tiempos para referirnos a los saborizantes de chocolate para leche y que ahora perpetuamos con nuestros hijos, aunque en mi casa se compraba Quick, que todavía no se llamaba Nesquick, y cuando era más chiquito era Milo el que me llevaban. Dejaba reposar el pan unos minutos y luego lo ladeaba y le soplaba con gentileza para que cayera el polvo sobrante. Lo que quedaba formaba una deliciosa pasta café oscuro.
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