Sus patas se vencieron y dejaron de sostener el cuerpo. Ahí lo supe. Quedó tendido sobre el pavimento, su respiración agitada, sus ojos buscándome. Me acuclillé a su lado y puse mi mano en su cabeza.
Habíamos tomado una breve caminata para que lo viera el veterinario. Luego de cuatro días de unos aires brutales, el clima estaba en calma y a pesar de ser febrero se sentía un poco de calor. Maxo se veía animado y pasamos a la tienda a comprar bocadillos en los cuales esconderle las pastillas. Pero sus patas se vencieron y lo supe.
No pensé en urgencias ni en cómo darle atención médica. No pensé en desperdiciar esos minutos en ajetreos y carreras, cosas que Maxo detestaba. Sólo lo dejé mirarme, le acaricié la cabeza muy despacio, como le gustaba, y le agradecí por haber sido mi perro; por su compañía, lealtad y cariño. Un minuto después jaló mucho aire y ya no hizo nada más. Descansa en paz, Maxo.
1 comentario:
Dios te bendiga, amigo Gustavo.
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