La primera vez que escuché Drum’s not dead de Liars lo detuve a los pocos minutos. Lo mismo sucedió la segunda y la tercera. Algo en él me incomodaba. Quizá era su nulo uso de armonía. O tal vez la crudeza primitiva con que todo retumbaba. La sensación de encierro, de pesadilla, de cosas graves y de ritos horribles lo hacían insoportable.
Pero algo –instintivo– no me dejó borrarlo de mi disco duro.
Luego de adquirir mi primer iPod e instalar iTunes en mi computadora Toshiba azul me convertí en un secreto entusiasta del modo de reproducción aleatorio de álbumes que ofrecía el programa. Lo activaba y permitía que el azar me eligiera la música, con la regla personal de no intervenir en lo que los algoritmos de iTunes seleccionaran. Fue así como Drum’s not dead sonó completo en varias ocasiones.
Finalmente se ejerció el embrujo sobre mí y lo que antes me parecía obsceno e inescuchable ahora me hipnotizaba y apasionaba. Años después sigo sin entender claramente qué es lo que me provoca, pero sea lo que sea, es muy profundo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario