27 de febrero de 2007

Abuelos y Páginas

Saramago me gusta. Me gustan sus situaciones infantiles, sus diálogos inverosímiles y corridos, sus largos enunciados con puntuación limitada, sus onomatopeyas —¿cómo olvidar aquellos pájaros de La Balsa de piedra que, cuando levantaban el vuelo al unísono, sonaban vruuuu?—, sus críticas burocráticas y religiosas y la perenne ausencia de nombres en los personajes.

Ese cariño al viejo portugués tuvo mucho que ver en el hecho de que no abandonara Las intermitencias de la muerte hacia la página 50. El libro iba lento, soso y poco seductivo. Creí que quizá era cosa de acostumbrarme a la serendidad y flematiquez de Saramago, luego de haber pasado un buen rato en la vertiginosidad de Guillermo Arriaga —El búfalo de la noche y Retorno 201 engullidos en cuatro días—, intentaba recordarme a mí mismo que era a mi viejo amigo Saramago a quien leía, y que, por tanto, debía continuar, ya que aquel debía ser un buen libro.

Pero lo lento no acabó. La novela eran dos novelas: la primera era la anunciada en la solapa de mi edición Alfaguara, donde la muerte deja de trabajar; la segunda donde la muerte vuelve a su puesto e intenta matar a un violonchelista hasta enamorarse de él. Qué predecible, qué lento, qué desilusión. Querido Saramago: mi cariño por ti no ha cambiado, pero creo que has dejado de ser el abuelito que me entretenía con sus historias para comenzar a ser el que vive en el cuarto de atrás y al que hay que limpiarle la baba. Enhorabuena, que tus libros seguirán siendo recibidos con calidez, en aras de nuestra vieja amistad.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

ya veo venir a Rak cagandose en El Evangelio Según Jesucristo

Dymmosaa noticias dijo...
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