22 de octubre de 2021

Caballos y lágrimas


Los traslados a Norogachi, el pueblo natal de mi madre en la Sierra Tarahumara, nos tomaban diez horas. Quizá por eso nos quedábamos allá toda la semana. En la casa de mi abuelo no había teléfono. De hecho en todo el pueblo no había teléfono. La Internet todavía no existía.

El último fin de semana allá los hermanos de mi mamá mataban un chivo o un cerdo y nos lo comíamos. Mi tío abuelo Facundo, que tenía una de las dos tiendas del pueblo, nos traía caballos para que paseáramos. Me subí a uno, di el recorrido acostumbrado y entonces yo quise volver pero el caballo no.

Le jalé las riendas, le piqué los costados, le hice oh oh y le hice tch tch pero el caballo no me hizo caso. Bajó hasta el arroyo y lo atravesó. Comencé a llorar pero las únicas personas que podía ver estaban lejos, trabajando en sus parcelas o afuera de sus casas, y así como el viento y los árboles no me dejaban escucharlos seguro ellos tampoco me escuchaban a mí.

El caballo pasó entre varias casas hasta que se detuvo porque había un camión atravesado en el camino. Ahí dos hombres me bajaron y me llevaron a la tienda del tío abuelo Facundo, que estaba un poco más adelante: hacia allá iba el caballo. Me dieron una pepsi para el susto y me llevaron en una camioneta de regreso a casa de mi abuelo. Corrí a abrazar a mi madre, que me abrazó más bien desconcertada porque no sabía lo que me había pasado. 

1 comentario:

carlo1114 dijo...

Me recuerda algo similar que me pasó en Tapalpa Jalisco en casa de mi abuelo paterno, año 1978. Ahora sabritas sembró todo de papa por los terrenos por los que la llegua de mi abuelo me trajo encima por caso tres horas.