26 de noviembre de 2011

Camellones y hombres

Al norte de la ciudad hay una vialidad de esas con muchos carriles y que la gente y los gobiernos asocian con el progreso. En cierto punto —por el que transito casi a diario— la lateral se eleva casi tres metros por encima del carril principal, formando una pendiente de unos sesenta grados entre ambos. Ahí, reclinado sobre la pendiente, veo cada mañana a un hombre humilde.

La primera vez que noté al hombre pensé que esperaba una oportunidad para atravesar la vialidad. Seguramente se había cansado de realizar cálculos entre los cientos de vehículos que pasan a cien kilómetros por hora, buscando cuándo se formaría un hueco de tal duración que le permitiera sortear los cuatro carriles. Fastidiado, se habría recargado en el concreto para esperar con mayor comodidad. A los pocos días de verlo siempre donde mismo descarté esta hipótesis.

Pensé entonces que quizá el hombre trabaja en alguna de las tantas franquicias estadounidenses que hay en la zona. Seguramente el transporte público lo dejaba a las ocho de la mañana en aquellos rumbos que le han de ser tan ajenos, siendo que su jornada no inicia sino hasta las nueve. En vez de esperar en la puerta del negocio, habría encontrado este cómodo recoveco para dejar correr el tiempo. Sin embargo, no pude obviar el hecho de que si su trabajo estaba sobre el costado norte, tendría que descender los tres metros de la pendiente que luego no serían tan fáciles de escalar; y si estaba en el costado sur, debía atravesar más de diez carriles, cosa que no pareciera valer la pena.

Pasaban las mañanas y seguía viéndolo ahí, recargado, guarecido de los autos. Pensé entonces lo malo: estaba preparando alguna fechoría. Estaba al acecho de las empleadas de las maquiladoras que malamente atraviesan la vialidad para asaltarlas en el camellón donde, a pesar de tener cientos de testigos, nadie notaría nada. Igual y estaba tan desempleado y resentido, que sencillamente se apertrechaba para lanzar piedras a algunos autos al azar. Pero el tipo no variaba su posición cada día y, en realidad, se le veía relajado y en paz.

Uno de estos días voy a estacionarme en la agencia de automóviles del costado norte, atravesaré la lateral y bajaré los tres metros de la pendiente para charlar con él y averiguar qué demonios hace ahí.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya no eres el único con la intriga. Ahora es compartida.
No podré dormir bien. Gracias.

Anónimo dijo...

Cuando hagas los que mencionas en el ultimo parrafo, por favor informas que paso.

kraken dijo...

¿Y si es vendedor de droga o halcón?