15 de septiembre de 2009

Computadoras y Cronologías

En 1991, yo y otros ñoños fuimos elegidos como el primer grupo para tomar clases de computación. Casi los mismos que conformábamos la escolta de la secundaria, nos sentábamos dos veces por semana frente a unos bodrios Mac que en un mismo aparato conjugaban monitor, CPU y teclado, y en los cuales con comandos y códigos movíamos un triangulito verde sobre el fondo negro de la pantalla. El profesor, un tipo al que apodábamos El Batman, nos conminó a no escribir con plumas atómicas sobre las etiquetas de nuestros disquetes de 5 ¼. Hube de indagar qué carajo era una pluma atómica.

Para 1993, el trabajo final para la clase de Historia consistió en un ensayo de al menos diez cuartillas sobre el indigerible Crónica de la conquista de la Nueva España. Me fue fácil utilizar el Write, un protoprocesador de textos del Windows 3.0, para vender versiones personalizadas del trabajo a $50,000 pesos. Las ganancias fueron invertidas en un teclado Casio 100.

Ya en 1997, compré un cable de teléfono y, ante la mirada perpleja e incrédula de mis padres, lo pegué a la nueva computadora color hueso que me habían comprado. En una libreta había apuntado un teléfono que era contestado por algún servidor del Tec de Monterrey, al cual engañaba con la clave de un amigo que estudiaba ahí. Tras unos ruidos arturisescos y algunos segundos de suspenso, la Internet llegaba a mi casa. Las únicas personas que tenían cuentas de correo electrónico eran los alumnos de la siempre fresa institución regiomontana... y yo, que escandalicé a la sociedad por tener una suscripción a HoTMaiL, sitio independiente que daba acceso a cuentas gratuitas.

En el 2001, recibí un peculiar regalo: un dispositivito azul con una correa gris. Esa memoria USB almacenaba 512Mb de información y se insertaba en unos agujeritos que algunas computadoras tenían. Seguido tenía que explicar lo que era y, más seguido aún, batallar para encontrar máquinas que supieran acoplarlo. Apenas un año después, al comenzar a utilizar mi primera ‟laptop”, me apaniqué al descubrir que el aparatejo no tenía ranura para mis múltiples disquetes de 3 ½. En poco tiempo, la anormalidad era la norma.

Hoy, mucha gente que conozco trae computadoras con Internet en la bolsa del pantalón.



9 comentarios:

bieno dijo...

yo conseguí en la secundaria mi super correo para que no se le olvide a nadie. chinguenasumadre lo de la @hotmail

Cabrón Insensible dijo...

Me considero rezagado, casi siempre tengo un celular bien jodido, mis llaves y unos kleenex usados en el bolsillo.

mon dijo...

¿alguien vá a utilizar el teléfono? me voy a conectar!. qué tiempos.

Tasta dijo...

Todo lo que tenía que esperar para bajar UNA rola...

Voy a aventar una anécdota, me vale madre...

Llega mi hermano de diez años y pregunta
-Tasta, ¿por qué esa computadora no tiene pantalla?

-Eso no es una computadora, es una máquina de escribir, zonzo.

- Ah, y ¿qué es eso?

Vicky ZR dijo...

La primera memoria USB que compré, en el 2003, me costó casi 90 USD y era d 512, snif.

Isela dijo...

Mientras tú aprendías computación... Uy! Estás muy chavo!!

Y a tu edad... mis hijos quizá se rían del tamaño y capacidad de la tecnología de hoy.

chihiro dijo...

no era triangulito verde, era un rectangulito verde y a veces era naranja.....

La Marce dijo...

las compus son del diablo!... lastima que dependa de una.

Anónimo dijo...

lo que yo no puedo creer es que este usando mi telefono para leer este blog