
Pero esta ocasión fue diferente. Repentinamente, dejé de percibir los uniformes y, debajo de esos cascos y esos bigotitos, los noté apenas veinteañeros. Obvié los fusiles colgados en sus espaldas y encontré a los hijos enviados a la guerra que son extrañados por mamás posiblemente sureñas. Apliqué mi mayor esfuerzo mnemotécnico en registrar sus rostros, prometiéndoles que en la siguiente nota periodística que lea donde se informe de militares muertos, tomaré sus caras y se las pondré a los elementos anónimos caídos que se publiquen.
1 comentario:
Con esa promesa... mejor les hubieras roto un h... vo.
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