Me gusta mucho ver a las personas, intentar saber qué piensan, cómo viven. La comida es una de las mejores ventanas para asomarme a ver a otros.
Encontré en Twitter un robot (los robots no son lo que pensamos que serían, ¿verdad?) que comparte restaurantes del mundo sacados aleatoriamente del Google Maps. Uno esperaría encontrarse con restaurantes vanguardistas de las grandes ciudades del mundo, pero si le damos una pensadita, es obvio que la mayoría de los establecimientos de comida del mundo no son lugares de propuesta gourmet en la Ciudad de México, París o Tokyo; sino fonditas, comedores y cafeterías donde la humanidad come día con día.
Mi entusiasmo por la cuenta no disminuye. Sigo asomándome al mundo y descubriendo que en la Polinesia Francesa hay un café prácticamente igual a los que yo visito en Chihuahua con personas que se parecen mucho a mí, y yo ni me imaginaría que ahí, a medio océano Pacífico, hubiera siquiera ciudades. Que en Sidi Kacem, Marruecos, hay un puesto callejero que de lejos se parece a los de barbacoa de mi ciudad y donde sirven unos platillos caldosos, como birria.
Derivo. Voy dando clics y veo a los comensales a veces con sus familias, a veces con amigos, a veces con computadoras, a veces con armas. Sigo los mapas y me fascino con cuántos lugares existen, cuántas comidas quiero probar y cuántas personas quiero conocer.
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