Nací con pie plano. Mi hermano también. El tema era sumamente importante para mis padres, que lo platicaban con cuanta persona se encontraban. Cuando íbamos a algún lugar con alberca nos pedían mostrarle a sus amigos las huellas como de mango que dejábamos con los pies, en contraste con las estilizadas figuras que estampaban los otros niños.
Nos llevaban con un ortopedista de El Paso que nos recetaba unas plantillas con las cuales modificar los zapatos y nos insistía caminar siempre de puntitas cuando estuviéramos descalzos. ¡De puntitas! era un grito que mi padre nos aventaba cada que atravesábamos el pasillo en pijama. El doctor dijo que las plantillas sólo podían ponerse en zapatos de baqueta, así que usábamos zapatos de botita marca Mickey. Siempre. Los días de educación física me ponía el uniforme deportivo… con los pinches zapatos de botita. Eventualmente logramos convencer a mis padres de dejarnos llevar unos tenis aparte y ponérnoslos para hacer deporte, con la promesa de calzarnos los pinches zapatos de botita de inmediato.
A veces lloraba por tener que usar los pinches zapatos de botita. Obviamente otros niños se burlaban de mí. Y mientras todos hablaban de qué tenis se iban a comprar, yo seguía atorado con los pinches zapatos de botita. Cuando decía que no me importaba tener el pie plano mi papá nos contaba de un amigo suyo que no pudo ser cirujano porque no lo aceptaron con el pie plano.
Luego cambiamos de doctor. Un ortopedista mucho más joven en Ciudad Juárez. Le extrañó mucho el asunto de los zapatos de baqueta. Nos dijo que las plantillas podían adecuarse perfectamente a los tenis. Yo tenía 10 años y me compré unos Pony.
Estoy convencido de que esto tuvo un profundo efecto en la formación de mi carácter y determinó mucho de lo que soy hoy.
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