Debió haber sido en otoño de 1984 porque fue cuando se estrenó la película. Entonces había tres o cuatro películas en cartelera y las caricaturas salían sólo de cuatro a siete de la tarde, así que todos los niños veíamos más o menos lo mismo al mismo tiempo y de eso iban las pláticas en la escuela. Ese día estaban hablando de Karate Kid en las gradas del gimnasio durante un evento para celebrar los 60 años del director del colegio. Yo no la había visto pero me metí a la conversación haciendo como que sí. Era medio impostor.
Creo que hoy voy a terminar de ver Cobra Kai, la serie que sigue a los personajes de Karate Kid hasta la actualidad. Un ejercicio muy practicado en los talleres de narrativa es la cosa esa del anticuento: tomar historias que ya conocemos y narrarlas desde la perspectiva de otro personaje. Así pasa en Cobra Kai, donde el malo de los ochenta cuenta su versión de las cosas y nos hace pensar que quizá ni siquiera era tan malo, sino sólo un chavalito reaccionando como muchos haríamos. Un ser humano, pues.
La historia de Cobra Kai es muy mala. Es un burdo pastiche adolescente de nerds, malandros y chicas populares. Como guarnición, tenemos a dos adultos trillados e insoportables comportándose también como adolescentes. Pero los guiños a las películas de los ochenta me han tenido ahí siguiéndola encantado.
Odio la nostalgia porque todos la adoramos.
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