La selección nacional es como nuestra familia: la amamos, la celebramos, nos sabemos parte de ella… nos tocó. Los clubes son como los amigos: los elegimos para compartirles nuestra pasión.
Nuestra afición por un club es profunda e intensa, pero no incondicional. Siempre queda la posiblidad de que algo suceda que nos haga cambiar de camiseta para abrazar un nuevo color. La venta de un jugador, apoyar alguna causa política o restricciones en los acceso al estadio pueden llevar a un aficionado a renegar de su escuadra y buscarse otra. Como con los amigos.
Con la selección es más difícil. Renunciar al equipo nacional sólo podría suceder luego de algo extraordinariamente grave. Nadie entendería nuestro proceder e incluso el renegado del once del país tendría que vivir su autoexhilio en secreto. Además, jamás podría adoptar otro color, al menos no de manera legítima. Como con la familia.
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