25 de febrero de 2012

Manos y cuerdas

Hace algunos meses me visitó un amigo: se iba del país y venía a regresarme mi guitarra eléctrica. La guitarra no había estado en mi casa durante casi dos años, pero la había visto muchas veces. Pasaba que llegaba a ver a The Mueres, a La Revolución de José Luis Esparza, a Sr. Amable o a alguna otra banda en vivo y me encontraba con que alguno de los integrantes la estaba usando. Me daba gusto verla sonar.

Me senté con la guitarra sobre las piernas y entre los brazos e intenté tocar un acorde de Do. Los dedos de la mano izquierda me dolieron horrores y no logré que el acorde sonara. Entendí que, quizá, ya no sé tocar la guitarra.

21 de febrero de 2012

Ideas y libros

Martín bromeó en Twitter diciendo que quería escribir un cuento pero que el único inicio que se le ocurría era “Desperté con una erección...”. Ángel le dijo que debería hacerlo. Martín pensó entonces en invitar a varios colaboradores a aportar un relato cada uno, iniciados todos con aquella frase. Ángel los compiló y editó un libro electrónico de distribución libre que viene en dos versiones: una con la portada A y otra con la B.

14 de febrero de 2012

Ilusiones y terrores

Estaba en sexto be y desde el cuarto grado me gustaba Daisy, una niña pálida de sexto ce. Aquel año, la sociedad de alumnos del colegio —que atendía estudiantes desde el jardín de niños hasta la preparatoria— instauró un sistema de correo interno para el Día de San Valentín. Decidí escribirle a Daisy.

Haciendo mi mejor letra, le expliqué en una carta anónima cuánto me gustaba. Al final le preguntaba si quisiera ser mi novia y pegué dos papeles doblados: uno decía “no” y el otro “sí”. Adentro del “no” le agradecía amablemente su tiempo y adentro del “sí” le revelaba mi nombre y el número telefónico de mi casa. Deposité el sobre en el buzón de cartón y los siguientes días fantaseaba en cómo yo esperaba afuera del salón de Daisy, parado sobre una jardinera. La buscaba con la mirada y me encontraba con la suya. Desde dentro, ella movía su cabeza y con los labios me decía “sí quiero”. Pero poco a poco la ilusión se convirtió en terror y deseé quemar la escuela con todas las cartas que al otro día iban a repartirse.

No volví a hablarle a Daisy sino hasta el último año de preparatoria.

11 de febrero de 2012

Perros y locos

“Hay un perro muy triste allá afuera”, dijo mi hija, que veía por la ventana junto a la puerta. Salimos y las tetas que le colgaban del vientre nos dijeron que no era un perro, sino una perra muy triste. Había venido a llorar a nuestra puerta y se dejaba acariciar. Se bebió con desesperación el tazón con agua que le dimos. Salí a caminar por el barrio con ella. Perrita Triste me seguía como si nos conociéramos de hacía años. “¿Dónde vives? ¿Dónde están tus cachorritos?”, le preguntaba.

Luego de caminar varias cuadras se nos unió el loco del barrio. Yo lo había visto pasear en bicicleta por las calles y cantando afuera de las tiendas, pero nunca había hablado con él. “Le pueden dar una buena recompensa”, me dijo, con una voz muy grave que me hizo pensar en algún locutor de la radio de los ochenta, “y cuando se le ofrezca, le puedo lavar su auto por cincuenta pesos”. Seguimos caminando por casi una hora. Los tres. Perrita Triste, el loco del barrio y yo.

Al otro día Perrita Triste ya no estaba. Le habíamos preparado un rincón en el porche para que pasara la noche. No volvimos a verla ni supimos si encontró su casa y sus cachorritos. Al que sí vemos es al loco del barrio, que insistente toca nuestra puerta todos los días para preguntar si queremos que lave el auto.

7 de febrero de 2012

Hombres y tiempos

Tenemos un Hombre del Tiempo. Cada mañana lo vemos en su bicicleta de montaña, bajando de las colinas del noroeste con rumbo al centro. El Hombre del Tiempo debe tener, al menos, cincuenta y cinco años; pero no me atrevería a asegurarlo porque su complexión atlética y cara curtida lo presentan como alguien que quizá creció trabajando en el campo, bajo el sol, y que ahora trabaja como albañil. Con esa gente nunca se puede saber la edad. Lleva un gorro bajo el casco y una bolsa de plástico —seguramente con su refrigerio— atada a los manubrios.

Si vemos al Hombre del Tiempo en la Vialidad la Cantera, sabemos que vamos con tiempo de sobra rumbo a la escuela. Si lo vemos por la Av. Río de Janeiro, significa que vamos justos. Si es en la Av. Mirador donde lo vemos, es que se nos ha hecho tarde. De ahí obtuvo su nombre: el Hombre del Tiempo.

Habíamos notado que, cuando vamos realmente retrasados, ya no veíamos al Hombre del Tiempo. Era como si desapareciera en algún punto de la Av. Mirador. Asumimos que por ahí trabajaba. Sin embargo, hace poco me detuve en una tienda Oxxo cuando íbamos camino a la escuela. La bicicleta del Hombre del Tiempo estaba parada afuera. Al entrar, lo vi por primera vez sin su casco: estaba calvo. Bebía un café y hojeaba el periódico. “Buen día”, musité, y me respondió asintiendo con la cabeza. Cuando salí, le dije “Con permiso” y contestó “Ándele”. Cerré la puerta de la tienda detrás de mí y pensé “Hasta mañana”.

4 de febrero de 2012

Platos y presidentes

Si en un restaurante se rompiesen cincuenta platos, serían los meseros —responsables de manipular los trastes— los culpables inmediatos y, de entrada, más evidentes. Sin embargo, no puede exonerarse al gerente, responsable del recinto y del personal. Podrá inculparse a cada mesero por dos o tres platos, pero por el desastre total será el gerente quien deba responder.

Claro, es imposible que los meseros rompan cincuenta platos ellos solitos. Seguramente muchos habrán sido quebrados por clientes. El gerente podría aducir que él no tiene poder sobre lo que esos clientes hagan y que, obviamente, estos no le responden. Pero, ¿no es, en última instancia, menester del gerente garantizar que los comensales estén cuidados y vigilados?

El gerente asumió el puesto porque así lo quiso. Se hizo responsable del restaurante porque convenció a varios de que era capaz de manejarlo. Por ello, lo que suceda en él es su responsabilidad. Por ello, hago responsable al Presidente de México por los cincuenta mil muertos por violencia que ha habido durante su mandato.